5ª sesión: 3 de septiembre de 1999
9m

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Charlas con mi hemisferio derecho

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Esta es la quinta sesión literapéutica en la que utilicé dos bolígrafos (uno negro, otro azul) para desbloquear una enorme sequía de escritura. En versalitas mi hemisferio derecho, y en redonda el izquierdo.

—¿Por qué le tiene pánico a debatir?

—No es pánico, solamente huyo.

—Si le huye es pánico.

—No se le huye nada más que a lo que se le tiene miedo; también uno se va cuando es al pedo.

—Y usted piensa que debatir es en vano.

—Creo que la discusión que se somete a debate hoy en día no tiene goyete.

—¿Por qué?

—La gente está muy alterada por las circunstancias. Las circunstancias parecen confusas, hay muchos gritos, muchas voces. No creo que a alguien le interese realmente llegar a alguna parte. Pienso que resulta más reconfortante el medio que el fin.

—¿Cuál es el fin, según usted?

—Las ideas, de eso no hay dudas. Las circunstancias debieran ser solamente los medios, y nosotros somos unas cosas que nos vamos moviendo de un lado al otro. Pensamos cosas, hacemos cosas.

—¿Usted qué piensa?

—Nada nuevo, se lo juro: creo que la humanidad está cansada, nada más. A mí me preocupa mucho el lugar que ocupa la sensatez en medio de este cansancio.

—¿La sensatez?

—La inteligencia. Tendría que haber dicho la inteligencia, pero me suena a ensayo sociológico.

—¿Y qué lugar ocupa la inteligencia?

—Por lo menos, uno muy cómodo. Creo que la gente se terminó por cansar de las ideas.

—De las circunstancias también parece haberse cansado.

—Pero esto es más común: porque las circunstancias se suceden invariablemente, y nos cansamos de las cosas que pasan cada tanto. Somos muchos, nos pasan cosas distintas, hacemos una cagada atrás de la otra, tenemos miedo de morirnos, miedo de quedarnos solos, de no ser correspondidos, de no envejecer con la persona que deseamos, etcétera, y vamos actuando según eso.

—¿Entonces?

—Lo que hasta hace un tiempo pasaba, y ahora ya no, es que por encima de los hombres y de las circunstancias siempre había un lugar para las ideas. Y esas ideas eran diversas, eran muy contrastantes incluso. Ahora parece haber una sola inteligencia aceptada por todos. Un nuevo progresismo de fast food, listo para llevar. Resulta muy fácil ser hoy un «bien pensante». Parece que solamente hay que estar en contra y a favor de algunas cosas muy obvias: en contra de las desigualdades sociales, en contra de la matanza de gente, a favor de los osos panda, a favor de Olmedo como el mejor cómico del país, a favor de la marihuana, a favor de los libros, en contra de la tele. Sacar patente de bien pensante no resulta un trámite en el que haya que tener demasiadas luces.

—Es que pensar suele ser un proceso muy lento para los tiempos que corren.

—Ay, no. Estoy harto de los tiempos que corren. Cada cosa horrible que pasa en el mundo tiene que ver con los tiempos que corren. Como si los que corriéramos no fuéramos nosotros alrededor de los tiempos…

—¿Y hacia dónde cree usted que vamos?

—Quiénes.

—Nosotros. La Humanidad.

—¡Otra típica pregunta de debate! No debe haber, en el barrio de Belgrano, dos cristianos que vayan para el mismo lado, y todos quieren saber a dónde va La Humanidad… Vázquez Montalbán decía el otro día una cosa muy ingeniosa: «de las dos preguntas fundamentales, de dónde venimos y hacia dónde vamos, yo no sé nada; pero se me hace que estamos llegando tardísimo».

—Pero es que, sin respuestas, no se podría debatir sobre nada.

—Es que nadie se da cuenta que los debates generalmente fallan por lo que se pregunta, y no por lo que se responde.

—¿A ver? Hágame una de esas malas preguntas que provocan un mal debate.

—«Qué piensa sobre los judíos». Ahí tiene una muy mala.

—Ahora formúleme una buena.

—«¿Por qué piensa alguien que hay que pensar alguna cosa sobre los judíos?» Esa es buena. Pero a los progresistas les queda más cómoda la otra.

—¿Por qué?

—Porque le da pie para responder lo que hay que responder para ser un bien pensante: «¿Qué pienso sobre los judíos? Nada, son seres iguales a cualquiera».

—¿Y qué respondería usted?

—Diría: «¿Por qué habría que pensar algo sobre los judíos?».

—Porque en este siglo ocurrió una matanza sistematizada de judíos. La más grande de la historia contemporánea….

—¡Pero qué viveza! Eso porque alguien se puso a hacer la cuenta del conjunto de judíos muertos. Yo quisiera ver qué resultado da la suma de otros conjuntos de seres muertos, a ver qué pasa…

—¿Cuáles conjuntos?

—Cualquiera: cuántos seres distraídos murieron en el siglo veinte, cuántos seres con pelo crespo, cuántos con aro en la oreja izquierda, cuántos con ideas raras… Por lo pronto, la matanza más grande y sistematizada de la historia del siglo no fue del grupo de seres denominado «judíos», sino del grupo de seres denominado «gente». Y después hay otros subconjuntos tan arbitrarios como el subconjunto «judíos» que también le sacan unos cuantos cuerpos: está el subconjunto «varones», el subconjunto «mujeres» y lamentablemente el subconjunto de seres denominado «niños de corta edad». Después viene la matanza sistematizada de seres denominados «inocentes», y así podemos seguir toda la tarde. Los «judíos» ni siquiera están en el top ten. Lo único que tienen a favor los judíos, en este extraño privilegio numérico de morir en grupo, es que la muerte les ocurrió de manera no muy desparramada, motivo por el que alguien pudo hacer la cuenta. Y como esa cuenta dio aproximadamente seis millones, un enorme conjunto de seres denominado «pelotudos» debaten a favor y en contra de los judíos.

—Realmente usted habla como si estuviera en contra de los judíos.

—¡La puta madre! No sé quién mierda son los judíos.

—Los judíos son un grupo de personas que practican la ley de Moisés.

—Y los menotistas son otro grupo de personas que practica la ley del achique. Qué hay con eso.

—Usted no tiene derecho de mezclar el fútbol con la muerte de inocentes.

—Fíjese una cosa, y dígame quién confunde: si una persona da muerte a otra utilizando un palo grandote, se habla de víctima y victimario, ¿sí?

—Sí.

—Ahora, si a la víctima le ponemos una camiseta roja, blanca y negra, todos dirán que han matado a un hincha de Chacarita. Los diarios dirán «Se investiga la muerte del hincha de Chacarita» y esa forma de decir las cosas a nadie le parecerá extraña. Y después yo mezclo…

—Lo que quiero decir es que…

—A veces prendo la radio y oigo que han matado a «un-hin-cha» y no puedo creer que a alguien le suene normal esa frase. Mire: ¿quiere algunas buenas preguntas para hacer un gran debate sobre la famosa violencia en el fútbol? Yo tengo algunas.

—A ver.

—¿A cuántas cuadras de la cancha tiene que ocurrir la violencia para que sea violencia en el fútbol? ¿A diez, a veinticinco? Otra pregunta: si un tipo que sale de la cancha penetra —contra su voluntad— a una señorita vestida de verde, ¿puede decirse que violaron a una hincha de Ferro? ¿También eso sería violencia en el fútbol, o ese rótulo solamente sirve para crímenes que ocurren entre el conjunto de seres denominados «simpatizantes», y al subgrupo denominado «masculinos»? Otra pregunta interesante: si, por negligencia, se cae una tribuna de cemento con quinientos hinchas, ¿es violencia en el fútbol o violencia en el sector de la construcción?

—Usted solamente habla de fútbol…

—No. Si quiere salgamos del tema fútbol: si en lugar de la sede de la AMIA hubieran volado un Carrefour, ¿los progresistas se colgarían un cartel todos los años con la consigna «todos somos repositores» y saldrían a manifestarse? O si volaban un contingente de downs adentro de una combi, ¿saldría la gente con un cartel «todos somos mogólicos»?

— …

—Mire, hay una cantidad de debates que me encantaría oír, y me tengo que conformar con el famoso a favor y en contra del aborto, de la droga, de los políticos, de la moral y de la pena de muerte…

—¿Y es por eso que no le gusta debatir?

—Sí, debe ser por eso.

Hernán Casciari