6ª sesión: 10 de septiembre de 1999
5m

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Charlas con mi hemisferio derecho

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Esta es la sexta sesión literapéutica en la que utilicé dos bolígrafos (uno negro, otro azul) para desbloquear una enorme sequía de escritura. En versalitas mi hemisferio derecho, y en redonda el izquierdo.

—¿Qué escribió esta semana?

—Ensayos, reflexiones, boludeces. Pero fueron catorce folios, de los dos lados de la hoja.

—¿Cuánto hace que no escribía tanto?

—En realidad, muchísimo tiempo. Hoy me siento más fuerte, tengo ganas de escribir, de decir algunas cosas.

—¿Por qué no aprovecha y hace ficción, en lugar de hablar conmigo?

—No… No podría quedarme solo todavía. Manténgase en su rol, no se vaya. Todavía no necesito hacer ficción: tengo algunas deudas con la realidad.

—Bien, ¿y qué le debe?

—¿A quién?

—A la realidad. Acaba de decir eso.

—Se está tomando el personaje muy en serio… ¿Qué le debo a la realidad? Creo que alguna explicación que valga la pena. No podría seguir escribiendo como siempre, como si nada hubiera pasado.

—¿Y qué ha pasado?

—Ha pasado la frustración, la excitación, la decepción… Pasaron la productividad y la escasez. Fui prolífico y después fui… ¿Cuál es el antónimo de «prolífico»?

—Estéril.

—¿Sí?

—«Prolífico» significa «que tiene la virtud de engendrar». Viene de «prole» y de «facere». Hacer hijos.

—Qué bueno. Es interesante todo lo que dicen las palabras. Fui prolífico y fui estéril, sí. Y ahora siento que tengo cuentas pendientes. Antes de volver a escribir tengo que saldar, tengo que entender, tengo que…

—Qué.

—Nada… Que sería muy estúpido seguir de largo sin sacarle provecho a todo esto. En las crisis, aunque parezca lo contrario, hay más respuestas que preguntas. Nadie se encierra en una depresión por exceso de preguntas, sino por exceso de respuestas.

—Pienso lo mismo.

—Qué increíble: esto lo descubro ahora, nunca lo había pensado… Leía ayer decir a alguien que, para seguir viviendo, las cosas no deben llegarle a uno hasta la última piel, que siempre debe haber una capa de reserva. Como poco.

—¿Quién decía eso?

—El pintor Carlos Alonso.

—Gran verdad.

—Correcto. Piense en las personas que se suicidan: no debe importarnos cuál fue el problema o el drama que les hizo pegarse el tiro o abrir la llave del gas, sino hasta dónde llegó ese drama, hasta qué piel. Cuando una persona siente su drama en la última piel… Chau, no hay más piel.

—¿Entonces?

—Entonces en el arte hay una pequeña empresa productora de pieles.

—No. Me refiero a lo que usted decía sobre las respuestas…

—Ah, sí. Quiero decir que las preguntas no atraviesan la piel, porque las preguntas son generadoras de hechos artísticos. Las respuestas, cuando no son las respuestas que se quieren oír, sí atraviesan la piel, las diferentes capas de protección… Y las demasiadas respuestas no deseadas pueden llegar hasta la última piel, si uno no es capaz de generar nuevas preguntas a tiempo, de recuperar el arte como escudo natural…

—¿Piensa todo esto realmente?

—Absolutamente. Sí. Lo pienso recién ahora…

—¿Hubo una gran respuesta que lo dejó a usted así?

—Sí, claro. Hubo una muy grande, que acabó con muchos sueños viejos.

—Habrán sueños nuevos, imagino.

—Sí, quizá los haya… Pero un viejo sueño siempre tiene más proyección de gesta que un sueño nuevo. Un viejo y persistente sueño es capaz de hacerte caminar miles de kilómetros en la oscuridad total, porque ya en el viaje hay aventura y romanticismo. Ya en el viaje, ¿entiende? La carretera que nos conduce a la concreción de un viejo sueño está llena de paisajes. Las preguntas son miles, el arte fluye…

—Entonces, una gran respuesta no deseada…

—…puede muy bien arriesgarlo todo. Pone en peligro el motor generador de la vida entera. Una gran respuesta, una respuesta que no deja dudas, que no deja grietas para la incertidumbre, es una irresponsabilidad por parte de quien nos la pone frente a nuestros ojos…

—Parece enojado.

—Es que a veces también estoy enojado.

—Como abogado del Diablo, puedo decir que quizá las personas que nos dan esas respuestas contundentes, esos «no», ignoran lo que ello implica en nuestras vidas.

—Pero eso me enoja más, porque deberían saberlo; hay gente que nos conoce demasiado, gente que no puede tener la excusa de la distracción. Y esas personas no tienen el derecho de llegar a la última piel de otro si no es para acariciarla.

Hernán Casciari