A los jóvenes de ayer
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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Mi mamá, Chichita, tenía unas primas más jóvenes que ella. Y, como eran solamente un poco mayores que yo, las llamé siempre mis primas. Yo las veía una vez por mes, en San Isidro. Mis primas trabajaban para Charly García. Es decir que la primera vez que escuché un disco de Charly, en realidad, escuché el disco del jefe de mis primas.

No era un disco. Era un TDK que me regaló Maricel, una de mis primas, en la Navidad de 1982.

—Esta es la música que hace Carlitos, mi jefe —me dijo Laura, la otra de mis primas.

Yo tenía once años y, hasta ese momento, solamente había escuchado la música que ponían mis papás en el tocadiscos: Perales, Nino Bravo, Julio Sosa.

Mis primas le decían Carlitos. Y hablaban de él como cualquier persona normal habla de un jefe caprichoso. Me contaban que era insoportable Charly, que se olvidaba de todo, que ellas a veces tenían que limpiar su habitación, o despertarlo para un recital. Pero al mismo tiempo eran fanáticas de esa música. Mis primas padecían al jefe, pero adoraban al artista.

Ese casete TDK lleno de canciones de Charly me dinamitó la cabeza a los doce años. Fui devorador de su música, como casi cualquier adolescente argentino de esos tiempos. Lo único distinto fue la existencia de mis primas, que una vez por mes me contaban datos secretos, que solamente conocía el entorno: por ejemplo, que Charly se burlaba de Pedro Aznar porque Pedro tomaba leche, que con Spinetta había una guerra de egos… Chusmeríos. Boludeces.

Cuando fui un poco más grande y mis padres me dejaron venir solo a Buenos Aires, mis primas me conseguían entradas para los conciertos. Y ahí las pude ver en acción. Ellas estaban siempre del otro lado de las vallas, con los músicos, con carpetas, con auriculares. Nunca supe exactamente qué hacían. Pero todo el mundo las conocía como Las López. Las adoraban.

Una tarde llegué a la casa de mis primas y había una señora tomando mate con ellas. —Es Carmen —me dijo Maricel—, la mamá de Carlitos. Y ahí estaba la madre de Charly García, hablando pestes de su hijo, mientras mis primas la consolaban. No me acuerdo en qué año pasó esto, pero no fue mucho antes de que Maricel se enfermara. Una tarde, Laura me llamó por teléfono y me dijo que su hermana tenía una enfermedad muy grave y que solamente podía salvarla una operación en Norteamérica. Estaban empezando a juntar plata y necesitaban manos amigas. Yo fui a su casa, que estaba llena de gente. Charly García, y muchos otros músicos, habían organizado un recital en Palladium: toda la recaudación iría para la operación de Maricel. No cobraba nadie. Yo me ofrecí para llevar gacetillas a los medios. Fue una semana intensa de hacer fotocopias y llamar por teléfono a todo el mundo.

Y estuve ahí el siete de julio de 1989, hace ahora treinta años, la noche en que Charly García y Luis Alberto Spinetta se subieron juntos a un escenario por mi prima Maricel. La recaudación alcanzó justo, justo para el viaje y la operación. Y Maricel voló a Houston dos meses después. Y esa operación le dio algunos años de sobrevida a mi prima.

Yo no sé qué música hubiera escuchado si, a los diez años, mis primas grandes no me hubieran regalado ese casete TDK. Desde la infancia y hasta que me fui de Mercedes, Charly y el Flaco y un montón de bandas sonaron en todos los tocadiscos de mi juventud.

Después, durante quince años de mi adultez, viví en España. Es muy complicado hacerle entender nuestra música a personas que nacieron en otro lado, o a destiempo de nuestra adolescencia. Mientras viví en Barcelona yo seguí escuchando esos discos, y mis amigos españoles ponían cara de asco, de mucho asco, cada vez que sonaba mi música. En general, los extranjeros no le encuentran la verdadera dimensión a la música nacional.

Y entonces yo me empecé a preguntar, con miedo: ¿existe esa dimensión… o todo el amor que yo sentía por esa música era nada más que nostalgia por la juventud perdida, o por la patria lejana? ¿No será que nuestro corazón es arcilla hasta los veinticinco años (arcilla moldeable, quiero decir) y que después, cuando cumplimos cuarenta, se convierte en cemento seco?

Cuando viví en España me empecé a preguntar esto. Si mi música querida era realmente buena, o si yo la estaba poniendo en un falso pedestal.

Ahora hace cuatro, tres años que volví a Buenos Aires. Que volví a caminar las calles por donde escuchaba los viejos casetes de mis primas. Y ahora lo puedo decir a los gritos, y sé que es la verdad: aquella es realmente la mejor música del mundo.

Toda la música que te hizo creer en algo cuando fuiste joven es la mejor música que existe.

Hernán Casciari