Acordarse y olvidarse
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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Tengo la teoría de que la cabeza, o más bien no la cabeza, tengo la teoría de que el cerebro tiene un espacio limitado y que cada vez que memorizás una información, hay otra información más vieja que se cae, que se pierde.

La pregunta es si elegimos lo que borramos o si eliminamos al azar.

Yo creo que elegimos. Por ejemplo, conocés a alguien y te dice: «Hola, me llamo Carlos». Como sabés que durante la conversación vas a tener que recordar ese nombre para no quedar mal con Carlos, lo memorizás.

Carlos, Carlos, Carlos.

Enseguida, para dejar espacio y que la cadena de caracteres C-a-r-l-o-s te entre cómoda en el cerebro, das de baja otro recuerdo al azar, por ejemplo, la marca del segundo auto que tuvo tu papá, Ami 8.

A la mierda, no te acordás más de la marca.

Hasta ahí vamos bien, pero qué pasa cuando querés memorizar una imagen más pesada que la cadena C-a-r-l-o-s, por ejemplo, un culo inolvidable que pasa por la calle. Pasa que tenés que borrar algo también más pesado. Yo, por ejemplo, cuando veo un culo recordable, elimino automáticamente de la cabeza a dos o tres compañeros de la primaria que los tengo ahí guardados al pedo.

Pero ojo, no hay que olvidarse solamente los nombres de los compañeros, sino todo. La cara del amigo de la primaria, la voz, el apellido. Un apellido español pesa casi un mega, pero si te olvidás un apellido ruso, podés estar liberando casi dos gigas. Lo que no hay que hacer nunca es eliminar al azar, porque la cabeza es muy hija de puta. Yo antes borraba a ciegas. Un día, para acordarme de memoria un teléfono importante, eliminé sin querer la cara de mi vieja. Gestos, color de ojo, tintura. Todo.

Otra cosa muy peligrosa es hacerse el memorioso y no borrar nada. Mi amigo Chiri, en una época, se acordaba de todo.

Yo le preguntaba, ponele:

—¿Te acordás de esa vez que fuimos a ver un Racing-Cruzeiro al club Belgrano?

Y él me decía:

—Mil nueve ochenta y ocho, final de la Supercopa, uno a cero con gol de Catalán. Vos tenías una camisa cuadrillé y desde ahí nos fuimos por la calle Treinta y Uno a buscarlo a Talín.

Era admirable la capacidad de Chiri para comprimir la información, pero por contrapartida le salieron muchos granos y se quedó miope.

El otro día llegué a la conclusión de que Borges se sabía tantos libros de memoria, no porque fuera inteligente, sino porque todos sus recuerdos son archivos de texto, dado que el JPG y el AVI no son compatibles con gente ciega.

Cuando nació mi hija yo presencié el parto, y para guardar esos milagrosos diecisiete minutos en alta definición tuve que eliminar un montón de información, alguna muy útil. Elegí olvidarme el año 1979 entero, y como faltaba espacio, tiré también un archivo que se llamaba Capitales de Asia.zip y una carpeta con los nombres reales de todos los actores del Chavo que me venía muy bien para las conversaciones posmodernas… pero lo siento mucho, por una hija se hace eso y mucho más.

Igual, tengo cosas que quiero borrar y no puedo. La noche que se murió mi papá yo vivía en Barcelona. Me llamó mi hermana por teléfono a la noche. Me contó de su muerte y yo me quedé quieto, a doce mil kilómetros, sin saber qué hacer ni cómo llorar. Me acuerdo cada segundo de esa noche, después de cortar el teléfono.

A esa madrugada la debo de haber guardado como archivo de solo lectura, o le debo de haber puesto una contraseña encriptada, porque me pesan una bocha esas imágenes de estar por primera vez sin padre, y tan lejos. Son como veinte gigas, me ocupan espacio al pedo y no me las puedo sacar de la cabeza.

Hernán Casciari