Esto, en lugar de preocuparme, me dio ánimos. Pues de ser así, yo tengo alguna posibilidad de quedar nominado y, algún día, salir a la calle.
Me imagino un mundo exterior en el que salgo en las revistas. Que se comenta lo que hago en los programas de la tarde, que los tertulianos de las radios hablan sobre mí. Me gustaría mucho que, en lugar de estar loco, yo sea un petardo famoso. Es más o menos lo mismo, pero ganas pasta.
Hay datos, sin embargo, que desalientan esta sospecha. Por ejemplo, las muertes que ocurren cada uno o dos meses. Los enfermos que se suicidan o que mueren de viejos no se parecen mucho a los nominados que salen a la calle en Gran Hermano.
La vida no me ha dado mayores satisfacciones. Tampoco espero nada de lo que me queda por vivir. Pero no estaría nada mal que un día yo pudiera salir de estas paredes y que, en la calle, las chicas me reconocieran y me pidieran autógrafos y favores sexuales.
Yo serviría también para colaborador de Salsa Rosa, sería capaz de hacerle preguntas salvajes a cualquiera. No me corto. A veces la cámara me adora. También el Gelatinas dice ser bueno en esto del show business. (Me está diciendo que lo promocione, él está aquí, a mi lado).
Más tarde me iré al patio y miraré hacia el cielo. Voy a esperar toda la tarde a que caiga una bombilla gigante de luz, o que se acoplen los micrófonos escondidos, o que ocurra algo que me indique que todo esto no es la realidad.
Besaré a las enfermeras como en los sueños, le pegaré cabezazos a las paredes para saber si son de cartón piedra. Como mucho, dirán que estoy loco. No es un precio demasiado alto. No tengo nada que perder.