Adicción por las metáforas
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Charlas con mi hemisferio derecho

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Mi vida se divide en seis etapas: lactancia, infancia, pubertad, adolescencia, adolescencia con barba y adolescencia con canas seguida de muerte. Ahora voy por la quinta, que es la adolescencia con barba.

Cuando ya no se me irga la chota entraré a la última adolescencia, momento en el que deberé dejar de hablar con metáforas y hacerle frente a la realidad de mi vida; hacer un balance del pasado, arrepentirme de no haber elegido un sistema previsional, escribir mi cuarta autobiografía no autorizada y elegir cuál de mis seres queridos deberá hacerse cargo del muerto. Mientras tanto, seguiré hablando con metáforas, metonimias y sinécdoques, un poco porque eso me da cierto aire legendario desde el vamos, pero más que nada por cagón. 

Lo mejor que tiene saberse un cobarde de entrada es que ni siquiera hay que levantarse de la cama para fingir valor. Los cobardes que no se hacen cargo la pasan verdaderamente mal, porque dos por tres cae gente y tienen que hacer todo un circo que tarde o temprano desmantela el menor viento. Pero quienes peor la pasan son los que realmente van de frente y ponen todos los puntos sobre las íes, porque les causa tanto pánico un día tener que ser cobardes, que terminan siendo los más cagones de los tres grupos expuestos. 

Cuando finalmente me decida y tenga un hijo lo primero que voy a hacer es conseguirle una madre para que se encargue de toda esa época horrible en que el hijo lo único que hace es mearse, vomitar y actuar como una mascota. Segundo, cuando el hijo tenga la edad suficiente para entender lo que le digo, voy a denunciar insana a la madre para quedarme solo con él y no compartir su educación con una extraña. Y tercero, voy a agarrar a mi hijo y le voy a decir cuáles son las tres cosas más importantes de la vida: Uno, aunque no tengas nada para decir, siempre decílo de otra manera. Dos, si vas a traicionar a alguien, fijáte muy bien de hacerlo por la espalda. Y tres, decir las cosas de frente no es una virtud, sino las huellas digitales que dejan en la escena del crimen los que se dedican a asesinar la imaginación de mentir con altura poética. 

Más allá de eso, debo decir que no me siento el dueño de la verdad, sólo que hay cosas en el mundo contemporáneo que no me cierran, y las digo: si el hermano de Hitler hubiera sido un excelente poeta, ¿alguien se hubiera atrevido a decirlo? Todo el mundo piensa que la hipocresía es un quiste que solamente se instala en las clases dirigentes, pero la verdad es que no hay nada más hipócrita que las mayorías y las minorías, que las masas y las élites, que todos los que votan al que gana, y que todos los que votan a la izquierda. 

Muchos podrían decir que escribo tan enojado porque estoy pasando una etapa de mi vida en la que comienzo a replantearme la existencia de un modo político y ético, y porque estoy viviendo un fin de siglo cada vez más desculturizado, y porque existo en un país de ciudadanos con mentalidad de señora gorda, en un país que discute los postulados más torpes en horario central, en un país que mide el humor desde las diversas variantes que existen en el reino vegetal para nombrar —sin nombrarlo— el aparato reproductor masculino. Podría decirse eso, pero por una cuestión de costumbre yo preferiría decirlo de otra manera.

Hernán Casciari