El Nacho me abrazó, como diciendo «¿viste vieja que podemos levantar cabeza?», y a mí se me hizo un nudo en el corazón. Y después volvimos para acá, a esta casa que tiene olor a pintura fresca y a mañana prometedor. La verdad es que tengo a mis hijos y a mi marido, que son unos esquenunes casi siempre, pero cuando las papas queman se arremangan y se convierten en héroes del Mundial ochenta y seis. «Vamos, corazones —les dije antes de salir de la casa vieja, con lágrimas en los ojos—, salgamos de acá de una vez que esto se está cayendo a pedazos». Ay, Señor Señor…, ¡qué felices que éramos cuando éramos infelices!