Antes se le preguntaba a un amigo
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Según aparece esta semana en la prensa, la pregunta más buscada en Google, con más de sesenta y ocho millones de resultados, es «cómo se hace el amor». 

Esto pone en evidencia, por un lado, de la edad media de quienes navegan en la red, pero también revela otras dos tendencias: una, que los buscadores se están convirtiendo en una especie de oráculo moderno (un oráculo que comienza a desplazar a médicos, padres, maestros, tutores y encargados); y dos, que en la búsqueda de esas primeras respuestas naturales comienza a fallar la transmisión humana. En un tiempo los padres fueron reemplazados por los amigos en ciertas preguntas escabrosas. Hoy los amigos son suplidos por la máquina. Hay un problema todavía más grave, y tiene que ver con la condensación de todas estas preguntas que les hacemos a las máquinas. Un amigo me lo contaba no hace mucho, y los detalles son escalofriantes. Mi amigo trabaja en una multinacional de la industria, y aparte de que sus tareas incluyen controlar lo que hacen en internet los cuatro mil empleados de la compañía, hace un año activó un sistema que le permite ver qué buscan sus empleados en Google. «¿Eso no es ilegal?», le pregunté. Me dijo que es útil, y que lo que es útil nunca es ilegal. Fue él quien me informó, por primera vez, que Google es una herramienta increíble. Fue el primero que me dijo que las personas acuden a él como hace mil años acudían a los brujos, o al oráculo. La gente hace las preguntas más inverosímiles, pero son también preguntas decisivas. El buscador es una especie de Dios personal que no juzga, que solamente ofrece respuestas aleatorias, en general muy malas respuestas. «Pero qué importa —me dijo—, si en mi trabajo no son las respuestas las que importan». En esos cargos directivos lo que importa son las preguntas, las búsquedas en sí mismas. Un empleado con acceso a internet busca cosas veinte o treinta veces por día, diferentes cosas, siempre según su estado de ánimo y su necesidad vital. Si alguien pone en papel las búsquedas que hace una persona en un año, tendrá el verdadero diario íntimo de cualquiera. El diario íntimo que nadie se atrevería a escribir. Mi amigo me confesó que la gente tiene inquietudes muy curiosas. (Me vino a la cabeza, por supuesto, aquel cuento de Borges en donde un cartógrafo decide componer un mapa que lo incluya todo y que, después de muchos años de trabajo, descubre que el mapa tiene la forma de su propio rostro). «Ciertos gerentes de mi empresa —decía mi amigo— en apariencia muy seguros de sí mismos, buscan perfumes con feromonas para atraer mujeres. Algunas administrativas veteranas, con hijos ya adolescentes, esas que se desviven hablando de su familia, buscan todas las tardes videos de mujeres besándose. Hay un cadete al que le gusta ver fotos de ancianas desnudas, cosas por el estilo. Y así te podría contar la historia secreta de la Humanidad, a escala. Lo que hacen cuatro mil personas en una empresa no es muy diferente a los que hacen seis mil millones en el mundo entero». Escalofriante. Después, a solas, no quise indagar lo que podría hacer un gobierno con las búsquedas de un pueblo entero. 

Hernán Casciari