Los canales no podrán emitir esta publicidad en horario de protección al menor, es decir, desde las seis de la mañana a las diez de la noche. Esto no significa que se prohíba vender un coche (o un yogur, o una bujía de tractor) mostrando el cuerpo de una mujer o de un hombre semidesnudo, sino que estará vedado hacer apología de adelgazantes, de intervenciones de cirugía estética o de belleza. Ya nadie podrá emitir publicidad que «suscite el rechazo de la autoimagen — dice la ley— o que incite a la marginación social por la condición física o al éxito por factores de peso o estética».
No son nuevos estos recortes a la libertad de expresión. En España la publicidad viene con unos cartelitos en los que se atiende la sensibilidad de los espectadores con frases como «para realizar esta publicidad no se han maltratado animales». La miopía es singular: durante un programa de gastronomía se puede ver a cualquier cocinero hervir un langostino vivo alegremente, pero si durante la publicidad una señora mete un pez de colores al microondas, hay que especificar que no se ha maltratado al animal. El langostino que se embrome por ser comestible. Creo que todo empezó en 2004. Después de mucho intentarlo en vano, la publicidad española parió una buena idea. El spot era de la franquicia catalana Bocatta, que vende comida rápida con ingredientes mediterráneos. El aviso era precioso: con unas coplas irónicas de música alegre, en la que se informa sobre la trabajosa labor de las zonas rurales, se recomienda consumir productos campestres, pero sin pasar por la penuria agraria de su elaboración. La frescura del contraste entre las imágenes y la musiquita generaba algo que jamás había conseguido la publicidad española de los últimos años: ser creativa imponiendo además una marca. En cualquier país decente se le hubiese dado un premio a ese anuncio. Pero aquí no pasan esas cosas. A los tres días de emitido, el coordinador general de la Unión de Campesinos de Catalunya le puso una denuncia a Bocatta por ofrecer una imagen de los trabajadores rurales que calificó de «denigrante». Casi al mismo tiempo, la Asociación Valenciana de Agricultores invitó a todo el sector agrícola a «cerrar filas y no consumir ni uno solo de esos productos».
Ahora le ha tocado a la belleza: prohibidas las publicidades de adelgazantes, cirugías y cremas que tapan granitos y espinillas. La Ley General de Comunicación Audiovisual estuvo a punto, incluso, de meter en la misma bolsa la publicidad de productos bajos en calorías. Pero los fabricantes de alimentos light pusieron el grito en el cielo y este último ítem quedó en la nada. Hubiera resultado simpático que el mismo Gobierno que hace tres meses quitó la custodia de un niño a sus padres porque el menor estaba demasiado gordo, ahora le quitara al niño la opción de ver productos dietéticos por la televisión.