Breve paseo por la autocensura
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España, decí Alpiste

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Últimamente estoy viendo en la tele, con verdadero espanto, que la publicidad viene con unos cartelitos en los que se atiende la sensibilidad de los espectadores con frases como estas: “Este anuncio fue hecho por profesionales”, o “Esto es una ficción publicitaria” e incluso “Para realizar esta publicidad no se han maltratado animales”. Cada vez que veo estas pacaterías, y es casi siempre, confirmo que la idiotez le está ganando, por goleada, la eterna batalla a la creatividad.

Creo que todo empezó el año pasado. Después de mucho intentarlo en vano, la publicidad española parió una buena idea. Les costó, pero lo lograron. El spot era de la franquicia catalana Bocatta, que vende comida rápida —del mismo modo que McDonalds— pero con ingredientes mediterráneos.

El aviso es precioso: con unas coplas irónicas de música alegre, en la que se informa sobre la trabajosa labor de las zonas rurales («amanece en el pueblo y flota ya en el cielo un intenso aroma a estiércol», comienza la canción) se recomienda consumir productos campestres, pero sin pasar por la penuria agraria de su elaboración. La frescura del contraste entre las imágenes y la musiquita generaba algo que jamás había conseguido la publicidad española de los últimos años: ser creativa imponiendo además una marca.

En cualquier país decente se le hubiese dado un premio a ese anuncio. Pero aquí no pasan esas cosas. A los tres días de emitido, el coordinador general de la Unión de Campesinos de Catalunya, Joan Caball, le puso una denuncia a Bocatta por ofrecer una imagen de los trabajadores rurales que calificó de «denigrante». Casi al mismo tiempo, la Asociación Valenciana de Agricultores invitó a todo el sector agrícola a «cerrar filas y no consumir ni uno solo de esos productos».

Desde entonces, cada vez que una agencia de publicidad intentaba salirse —tímidamente— de la mediocridad reinante, aparecía una Asociación de Imbéciles sintiéndose dolida, o lo que es peor, una Comisión de Imbéciles Representante de Ausentes, sospechando que los ausentes podían sentirse vejados.

Pero igual no creo que el problema exista porque haya idiotas que se quejan de aquello que no entienden. De eso habrá siempre, me figuro. El problema surge, nace y se ramifica cuando se les hace caso. Y la justicia española les hace caso: la publicidad de Bocatta desapareció de la tele tan pronto como se escucharon los primeros pataleos. Y con las demás pasó otro tanto.

Ha pasado más de un año desde el Bocatta Gate, pero fue entonces cuando empezaron a proliferar (en las pantallas de televisión) esos cartelitos que explican obviedades para salvarse de la censura. Las agencias publicitarias, que ya no saben por dónde puede saltarle al cuello una Asociación de Imbéciles, han optado por subtitular sus anuncios con frases como por ejemplo «esto es una ficción publicitaria» al mostrar cómo un ama de casa distraída mete al microondas una pecera con un pececito de colores. (No es chiste, el spot aún está en pantalla y los lectores ibéricos no me dejarán mentir).

La miopía es singular, y no tiene desperdicio: durante un programa de gastronomía se puede ver a cualquier cocinero hervir un langostino vivo alegremente, pero si durante la publicidad una señora mete un pez de colores al microondas, hay que especificar que no se ha maltratado a este animal. El langostino, que sí ha sido torturado en la vida real, que se joda por ser comestible.

Pero hay más. Si dos coches van rápido en un aviso de BMW, actualmente el cartelito nos avisa que «El spot ha sido filmado en un circuito cerrado», imagino que para que la Asociación de Peatones Pelotudos no les ponga una denuncia retroactiva por fomentar la alta velocidad en las calles. Si un tipo se cae de un primer piso para promocionar un seguro de vida, el cartel nos dice que «Es una ficción publicitaria» para que la Asociación Anti Resbalones en las Terrazas no sospeche que los de Mapfre han matado, de veras, a un actor para vender pólizas.

En lugar de mandar a la mierda a los campesinos, a aquellas feministas que en todas partes ven sexismo, a las madres asustadizas y a los idiotas que se creen en la obligación de preservar la sensibilidad de los enanos, se les hace caso como si tuvieran razón. En lugar de educarlos, de decirles que viven en un mundo donde la gente no es tan idiota como ellos creen, se les da luz verde. Y entonces después pasa lo que pasa.

Yo todavía espero ver un anuncio en donde un candidato que promete mejoras en la educación, subtitule: «Esto no es otra ficción publicitaria». O un spot de cámaras digitales que ponga: «Para hacer este producto no se han maltratado a cientos de filipinos». Los carteles deberían servir para señalar aquello que se esconde. Es muy cobarde, y sobre todo mezquino, explicar siempre lo que se cae de maduro. Aunque claro, lo mejor de todo sería que no hiciesen falta carteles de ningún tipo.

Hernán Casciari