En lo que va de 2004 ya robaron dieciocho veces en el barrio. Pero la gota que colmó el vaso fue esta semana: siete robos nocturnos y tres al mismo negocio. Y como la policía no hace nada, porque en enero los únicos que trabajan son los ladrones, los maridos del barrio empezaron a hacer vigilancia civil nocturna. Salen con palos, algunos con armas, y hacen turnos de guardia en zonas estratégicas. Prenden tanques vacíos y hacen fogatas, y todos llevan un silbato, esperando encontrarse con los ladrones y lincharlos. Muy triste todo. Muy triste. Hasta ahora el Zacarías se venía haciendo el pelotudo. Le venía esquivando el bulto a su deber como vecino y como padre de familia. Pero esta mañana, muy temprano, lo vinieron a buscar para que se sume a la Brigada Nocturna.
—No Pertossi, a mí déjeme de embromar con esas cosas — se excusaba el Zacarías frente al jefe de la Brigada—. ¿Además justo esta noche tiene que ser?
—Es que no se vigila el barrio cuando quiere uno, es cuando quieren los ladrones… —explica el carnicero.
—Pero esta noche hay un Boca-River, Pertossi. Y todo el mundo sabe que los ladrones son de Boca, ¿usted piensa que va a salir a robar esta gente cuando está el partido?
—Bueno, si quiere toma el turno de la madrugada, por eso no hay problema.
—¿A la madrugada? — Zacarías niega con la cabeza—. No, menos… A la madrugada pasan la liga española por Fox. ¿Por qué no dejan la vigilancia para cuando terminen los torneos?
—¡Zacarías, es una vergüenza lo que estás diciendo! —le digo yo en camisón—. Está todo el barrio movilizado. Esta gente te necesita, y vos tenés una familia que defender…
Por la puerta de atrás aparece don Américo con un pasamontañas puesto en la cabeza y una escopeta del año veintidós, oxidada y enorme, que estuvo siempre colgada en su habitación.
—¡Déquenlo al mío figlio que sempre ha sido un caquitta!
—dice el Nonno levantando el arma como si fuese el comandante Marcos—. Ío acompaño a la troppa.
—¡Aguante el BatmaNonno! —grita el Caio en piyama—. ¿Yo puedo ser Robin, abuelito?
—¡Ecco! Il bambino é Róbino, e viene conmico a Chittá Góttica.
—No —dice Pertossi—, usted ya está viejito, abuelo… Y vos, petiso —le dice al Caio—, mejor ni salgas a la calle que la mitad del barrio se piensa que sos el ladrón.
—¡Eso sí que no le permito! —le digo al carnicero—. Usted podrá decirle cagón a mi marido y geronte a mi suegro, pero a mi hijo nadie le dice petiso adelante mío.
—¡Pero mamá! —se queja el Caio—. ¡Me dijo ladrón que es mucho peor!
—Eso te lo buscaste solo, Claudio —le digo—, pero de ser petiso no tenés la culpa.
—¡Bueno, se acabó! —dice el Zacarías—. Que no se diga que me faltan huevos. Esta noche estoy ahí a las veintiuna, don Pertossi. Y me quedo toda la noche vigilando, como cualquier hijo de vecino.
—¿Ves? ¡Entonces los hijos de vecino también podemos ir! —dice el Caio.
—¡Así se habla Bertotti, eso es un macho! —dice Pertossi palmeando a mi marido e ignorando al Caio.
Después de eso, el carnicero se va de casa pisando fuerte y dejándome todo el jolcito enchastrado de barro.
Nos quedamos callados, parados en el comedor, pensando todos en cómo cambian los tiempos. Me acuerdo que no hace muchos años, poquitos años, decíamos orgullosos: «En Mercedes se puede dejar el auto sin llave, la puerta abierta de tu casa»… Y ahora estamos metidos en Brigadas Nocturnas de Vecinos, despiertos de noche, escuchando la sirena a cada rato… Me acuerdo que los chicos podían jugar en el campito de la avenida Cuarenta hasta muy de noche, sin que pasara nunca nada… ¡Ay, cómo ha cambiado este pueblo! Zacarías me mira. Yo lo miro.
—¿Estás pensando lo mismo que yo, cierto? —le digo tristona, abrazándolo un poco.
—Sí, mujer, claro… Pero no te preocupés —me dice cabizbajo—… vos grabámelo que yo lo miro cuando vuelva al River-Boca. No te pongás triste por eso. Que en tres semanas juegan de nuevo…