A la tarde Lorenzo volvió contento con su cuaderno en la mano y se puso a pintar, con una sonrisa que le ocupaba toda la cara.
«¿Qué aprendiste en la escuela hoy?», le preguntó su madre.
«Nada», contestó Lorenzo, sin mirarla, «pero la maestra puso en penitencia a Camilo por decir una mala palabra, hace lío todo el día».
Antes de que Mariana, sorprendida, pudiera preguntar más, Lorenzo se fue a su cuarto. Al día siguiente, durante el almuerzo, Lorenzo volvió a contar cosas de la escuela.
«Hoy Camilo se volvió a portar mal: le hizo burla a la maestra», dijo con una sonrisa. «Le sacó la lengua en el medio de un dictado y ella lo vio».
«¿Y lo volvieron a castigar?».
«Sí, lo mandaron a la Dirección y nos dijeron que no jugáramos con él, pero a nadie le importó, porque nos encanta jugar con Camilo».
El tercer día Lorenzo volvió de la escuela con más noticias: Camilo había revoleado un borrador en el aire y le pegó en la frente a una compañerita; la maestra lo dejó sin recreo toda la semana. El viernes, Camilo estuvo en el rincón toda la hora porque no dejaba de pegar patadas al aire.
Mariana se empezó a preocupar. Camilo era un nene nuevo en el colegio y no lo conocían. Ni a él, ni a su familia. ¿Qué influencia podría tener Camilo en su hijo Lorenzo? Su marido le dijo que se tranquilizara, que el colegio seguro lo estaría manejando al tema, y que además Lorenzo era un chico educado y que sabía portarse bien solo.
A la semana siguiente, Lorenzo contó que a Camilo lo obligaron a quedarse en el aula durante la clase de gimnasia por gritar barbaridades durante una prueba de Lengua, y que todos sus compañeritos se quedaron a hacerle compañía.
«¿Y no jugaron al fútbol?», le preguntó Mariana.
«No, nos quedamos todos sentados en el patio, haciéndole el aguante a Camilo».
A la tercera semana de escuela, los comportamientos de Camilo ya eran tema recurrente en la familia de Lorenzo: incluso cuando Lorenzo hacía alguna travesura en la casa le decían: «No te hagás el Camilo».
Hasta Mariana misma, cuando se enganchó el codo con el cable del teléfono y tiró al suelo el cenicero y un jarrón, dijo: «Ya parezco Camilo».
Al cumplirse un mes de escuela, Camilo se empezó a tranquilizar. Un día, en el almuerzo, Lorenzo anunció:
«Hoy Camilo se portó tan bien que nos aburrimos todos».
A la semana siguiente Camilo fue el ayudante de la maestra y repartió las fotocopias a todo el grado. A Mariana le dio tranquilidad conocer estas noticias, porque no quería que hubiera un nene que fuera mala influencia para Lorenzo. Pero no pasó del viernes que Camilo volvió a portarse mal.
«¿Sabés que hizo hoy Camilo, mamá? ¡Tiró un pote de plasticola al piso y le echó la culpa a otra nena! ¡Y la maestra la castigó a la nena!».
«¿Y a Camilo?».
«Nada, se salió con la suya. ¡Es un genio!».
Mariana no lo podía creer. ¿Qué clase de chico hace eso? Se propuso aprovechar la siguiente reunión de padres para conocer a Camilo y sacarse las dudas. Pero ese día, en el salón, no supo ubicarlo. Cuando terminó la reunión, Mariana se presentó a la maestra.
«Todas estamos muy atentas a Lorenzo», dijo la maestra.
«Ah, sí, le encanta venir al colegio», contestó Mariana, orgullosa.
«Durante las primeras semanas, costó que se adaptara», dijo la maestra, «pero ahora ya se empieza a calmar».
«Debe estar influenciado por Camilo, el nene nuevo…», contestó Mariana. «Todos los chicos debieron estar alterados los primeros días».
«¿Camilo, qué Camilo?», dijo la maestra. «No tenemos a ningún Camilo en tercer grado».