Durante semanas ha hecho dieta y ha tomado cama solar por coquetería, pero igual se lo nota nervioso y arrepentido de haber aceptado (y perdido) una apuesta deportiva.
Eso pasó en el verano de 2017, durante varias funciones del Teatro Provincial de Mar del Plata, el que está justo al lado del Casino. Yo estaba haciendo temporada con la lectura de mis cuentos y Cayetano llegó para cumplir con una deuda de juego: tenía que subirse a las tablas ‘desvestido’ como una diva de teatro de revistas.
Unos meses atrás habíamos sellado una nueva apuesta en vivo. Los dos trabajábamos en el programa de radio Perros de la Calle y conversamos al aire sobre la proximidad de dos partidos que iba jugar la Selección en las eliminatorias para el mundial de Rusia. Eran partidos importantes: uno era con Brasil, en Belo Horizonte y el otro era con Colombia, en San Juan. Cayetano y yo, que todas las semanas hacíamos alguna apuesta, acordamos en vivo que, si en el primer tiempo de los partidos había algún cambio, yo tenía que invitar a un acompañante por cada persona que comprara una entrada para verme en el teatro (y eso me haría perder mucho dinero). Ahora, si en el primer tiempo no había cambio de jugadores, Cayetano tenía que aparecer semidesnudo en la obra que yo iba a estrenar en Mar del Plata.
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Cayetano es un personaje entrañable, con y sin micrófono. Después del programa, algunas veces me llevaba a casa en su auto. En esos viajes de a poco empezamos a coincidir en algo: nos dimos cuenta de que los dos venimos de familias ludópatas. Mis viejos, Chichita y Roberto fueron siempre jugadores fanáticos de ruleta. De hecho, hacían timba clandestina en casa con un grupo de amigos que también jugaban fuerte. Me acuerdo de verla a Chichita cerrar las ventanas y avisar a los invitados que, si venía la policía, tenían que dar vuelta la mesa para asegurar que se trataba de una cena entre amigos. Hacían banca de ruleta todas las semanas. Se jugaban sueldos enteros. Le conté esas historias a Cayetano y él me dijo que también sus padres eran así, de ir al bingo, al casino, mucho póker por plata en las reuniones con amigos, y que lo llevaban al hipódromo desde chico. En esos viajes supimos que teníamos, sin entender que eso era un problema, una gran afinidad por el juego. Y lo llevamos a la radio, al aire.
Empezó con una sucesión de chicanas entre nosotros: que si pasaba tal cosa o tal otra él tenía que pagar de tal manera o yo de tal otra. Casi siempre yo debía poner mis libros o entradas y él pagaba haciendo alguna payasada. Me acuerdo de una apuesta donde no sé por qué jugamos, pero si él perdía, tenía que depilarse y yo, si perdía tenía que entregarle libros gratis a un montón de gente. Fuimos escalando en ese camino hasta que apostamos fuerte al aire y él terminó subiendo casi desnudo al escenario de Mar del Plata.
Después de esa noche, se empezaron a llenar las funciones en el teatro, la gente quería verlo a Cayetano en el escenario bajando las escaleras como si fuera Moria Casán. Nos reímos mucho. Ni él ni yo éramos muy conscientes del descalabro. Yo ni siquiera sabía que él estaba viviendo, justo en esa época, lo que ahora nos cuenta en este libro.
Los desafíos al aire sucedieron cuando él estaba a punto de perder su departamento en manos de un tomador de apuestas. Le estaban pasando cosas horribles y yo no sabía nada. Parecía un juego, pero en realidad yo lo hacía pasar por cosas espantosas sin saberlo. Posiblemente él no podía decir que no.
Hasta que un día contó su drama en la radio y ahí nos enteramos todos.
—Esto tiene consecuencias terribles —dijo esa mañana en el programa—: te toma la cabeza, como cualquier otra adicción, no podés pensar en otra cosa.
Y entonces le contó a todo el mundo su problema, la forma en que se expande y se agrava la enfermedad con las apuestas online y lo difícil que le resultó empezar a recuperarse. Yo, hasta ese momento, había minimizado el problema de la adicción al juego, pero la mañana en la que lo escuché en vivo, entendí, porque él fue muy claro, que se trataba de un problema de salud mental.
Hay que querer curarse para abrir un problema tan enorme frente a la comunidad, y hay que estar convencido de la importancia de hablar, de ponerle palabras al problema, para empezar a superarlo y ayudar a otros a que lo hagan.
Pasó mucho tiempo. Incluso dejamos de ser compañeros de radio. Pero siempre estuvimos en contacto. En 2023 le propuse a Cayetano que contara su historia en Orsai y aceptó sin darle mucha vuelta. Sumamos a Mauro Libertella para que nos ayudara a contar esta historia y el proceso de entrevistas y conversaciones fue increíble, porque además hablamos con muchas personas.
Todo el reporteo se realizó en vivo, por streaming, para que los miembros de la comunidad pudieran hacer sus propias preguntas y contar también sus historias con el juego. Todo ese registro complementa a este libro desde un código QR.
Hasta la publicación de «No va más», creo que siempre había invitado a Cayetano a jugar de una forma tóxica. Conectamos con eso que los dos traíamos de casa y que no imaginábamos que nos podía enfermar. Pero esta vez fue distinto. Estoy convencido de que convocarlo a hacer este libro es una forma nueva, y mucho más sana, de invitarlo a jugar.