«Es petróleo», le dijo Trul a la máquina.
«Si es petróleo, empieza con P», respondió la máquina.
«Está bien», dijo Trul, «fabricáme una naranja.
Y ahí sí la máquina obedeció.
Trul decidió invitar a su casa a su colega, el ingeniero Clap, para mostrarle la máquina. Clap, a quien le gustaba competir con Trul y verlo fallar, pidió permiso para hacerle un encargo.
«Dale», le dijo Trul, «pero acordate que tiene que empezar con N».
«A ver, máquina», dijo Clap. «Quiero todas las nociones científicas».
La máquina se sacudió y la casa de Trul se llenó, en un instante, de una muchedumbre de científicos que discutían y escribían en libros que luego otros científicos corregían y debatían en voz alta. Hablaban todos a la vez y no había manera de entender una sola palabra.
Clap no estaba contento con el resultado. Le dijo a Trul que un montón de gente gritando no tenía nada que ver con la ciencia, y que solo si la máquina podía resolver dos problemas más reconocería que su funcionamiento era correcto. Trul accedió y Clap le dijo a la máquina que hiciera unos negativos.
Entonces la máquina fabricó antiprotones, antielectrones, antineutrones y no paró de trabajar hasta que había creado tanta energía negativa que en el piso de la casa de Trul empezó a formarse un antimundo.
Clap, aún sin convencerse, para el último encargo decidió poner a prueba los límites de la máquina, así que le gritó: «¡Y ahora, el tercer encargo! ¡Tenés que hacer… nada!».
En ese momento, la máquina se detuvo. Durante un buen rato, no se movió. Clap empezó a disfrutar de su victoria, pero Trul lo paró en seco y le dijo: «¿Qué pasa? Le dijiste que no hiciera nada, así que no está haciendo nada».
Clap respondió seriamente: «No es cierto. Yo le ordené “hacer Nada”, que no es lo mismo. La máquina tenía que crear la Nada y al final no hizo nada, así que gané yo».
De pronto, la máquina empezó a sacudirse. Para sorpresa de ambos ingenieros, comenzó a fabricar la Nada. La máquina se puso a eliminar cosas del mundo, que dejaban de existir como si no hubieran existido nunca. Ya había suprimido a los científicos, a las navajas, a los neceseres, la neblina y los nenúfares. Alrededor de la máquina y de los dos ingenieros el vacío era cada vez más grande.
Desesperado, Clap le gritó a la máquina que cancelara su orden, pero antes de que la máquina se detuviera, ya habían desaparecido el cuarto, la casa, la calle y el barrio de Trul. Para cuando la máquina se detuvo, el mundo tenía un aspecto aterrador. Lo que más había sufrido era el cielo: apenas se veían en él unos pocos puntitos de estrellas.
Trul y Clap le rogaron a la máquina que volviera todo a la normalidad, pero la máquina se negó. Respondió que solo podía volver a crear todo aquello que empezara con N. Entonces Clap le suplicó a la máquina que al menos le devolviera la casa a su amigo Trul, que no merecía haberla perdido por su estúpida necesidad de ganar.
La máquina, otra vez, se negó. Les dijo que no podía hacerlo porque «casa» empieza con C, pero, que si quisieran, podía darles más naranjas y navajas sin ningún esfuerzo.
Finalmente, Clap dejó a Trul angustiado en el espacio en el que alguna vez estuvo su hogar, solo con la máquina que nada más sabía fabricar cosas que empezaran con N.
Clap volvió a su casa y el mundo sigue, hasta hoy, completamente agujereado por la Nada. Por eso, cada vez que miramos por la ventana, sentimos que nos falta algo.