¿Cuándo voy a ser grande?
4m
Play
Pausa

Compartir en

Una playlist de 125 cuentos

Compartir en:

La primera vez que pensé en el futuro fue una tarde de invierno del año 1978, en la platea de la cancha de River. Paolo Rossi acababa de meterle un gol a Austria. Era la primera vez que yo estaba en un mundial, y la suerte había querido que fuera en casa.

Me resultó conmovedora esa fiesta de los ojos, todos esos gritos y colores, y le pregunté a Roberto, a mi papá, cada cuánto tiempo iba a haber mundiales en la vida. Me dijo que cada cuatro años, y yo empecé a medir mi historia con esa vara.

Creo que tardé todo el segundo tiempo de Italia – Austria en sacar la cuenta (porque la matemática nunca fue mi fuerte), pero al rato supe que durante el siguiente mundial —el de 1982— yo ya iba a tener once años. «Mierda —dije—, voy a ser grande», y lo dije desde la pequeña altura de mis siete años.

La siguiente escena ocurre en la cocina de mi casa, un mediodía de junio de 1982. Partido inaugural del Mundial de España. Otra vez le pregunto a Roberto cuándo será el próximo mundial. Y me dice:

—En el ochenta y seis —justo me lo dice un rato antes de que Bélgica le meta ese gol a Argentina, en orsai clarísimo.

Saco la cuenta con los dedos y descubro que, para entonces, voy a tener quince. «Carajo —pienso—, esta vez sí voy a ser grande». Cuando yo tenía once años, la frontera entre chico y grande eran los catorce. Yo no sé por qué, cuando sos chico alguien de trece te parece un amiguito, pero alguien de catorce es un señor.

Desde entonces, empecé a medir el tiempo por mundiales.

Cuando llegó México 1986 yo ya tenía quince, y me di cuenta de que (a pesar de mis predicciones infantiles) todavía no era grande: era pajero. Así que mientras Maradona hacía magia, yo volví a sacar la cuenta con la mano que me quedaba libre y me dije: «En el 1990, cuando empiece el mundial de Italia, voy a tener casi veinte: entonces sí voy a ser grande», y me metí por cuarta vez al baño sabiendo que tenía el futuro asegurado.

Pero en 1990, más que grande, me había convertido en drogadicto. Drogadicto es un escalón mayor que pajero (en la escala social, quiero decir), pero por alguna razón secreta las dos cosas hay que hacerlas en el baño.

También descubrí, por aquel tiempo, que los años en que no hay mundial son años tontos, son años largos, vegetativos. Y que los juegos olímpicos son una especie de despertador que te avisa que estás por la mitad de ese coma alcohólico, que ya falta poco para que empiece lo bueno.

En 1994 fue el Mundial de Estados Unidos y creo que todavía yo seguía siendo un drogadicto, ya no me acuerdo. (No acordarse, en este caso, es la clave que posiblemente lo confirme). El asunto es que, por alguna razón, ser grande fue siempre una especie de horizonte que se movía mientras yo avanzaba, una línea divisoria de la vida que siempre estaba a cuatro años de distancia.

En Francia 1998 ya había dejado de ser un drogadicto y me había convertido, como por arte de magia, en un vagabundo. Pero siempre tuve claro que era un vagabundo chico, no un vagabundo grande. Los vagabundos grandes tienen la barba larga, la mirada huidiza y olor a patas. Yo solamente tenía olor a patas.

Y así también me pasó en el Mundial de Japón 2002, y en Alemania 2006, y en Sudáfrica, y en Brasil, y después en Rusia 2018. En cada mundial saco la cuenta y pienso que en el próximo voy a ser grande. Pero cuando llega ese tiempo soy estúpido, o soy inmaduro, o soy vago… Pero grande, no.

No hace mucho, cumplí cuarenta y ocho. A los ojos del chico mercedino que miraba el Mundial de España en la cocina, cuarenta y ocho no es ser grande: cuarenta y ocho es ser un viejo choto, directamente. Es, casi, la antesala de la muerte. Sin embargo, no me siento grande, aunque ya empecé a notar algunos cambios.

La diferencia, esta vez, es que tengo una hija nueva, chiquita, que todavía no vio nunca a la selección Argentina jugar una final del mundo. Una hija nueva a la que voy a poder enseñarle todo lo que sé sobre fútbol.

Y cada vez que la miro, saco la cuenta y no lo puedo creer.

—En el Mundial 2022 vas a tener cinco años —le dije ayer mientras le daba la mamadera—, cinco años… ¡Vas a ser grande!

Hernán Casciari