El Caio Bertotti, enfermero
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Más respeto que soy tu madre

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El Caio se queda toda la noche con el Nonno, fumándole porro porque dice que el airecito lo despeja. Le pusimos el grito en el cielo, pero se nos apareció con un folleto que dice que la marihuana es terapéutica: «Estuvo fumando toda la vida estando sano, ¿y ahora justo que le pintó la enfermedad y no es delito se lo van a prohibir?». Siempre tiene buenos argumentos el guacho.

De día almuerza y cena con él. Y le habla, le habla… No para de contarle cosas. Lo lógico hubiera sido contratarle una enfermera al Nonno, pero estando el Caio no hay por qué, porque no lo podemos sacar de la pieza ni con un gancho. Él lo cuida, le cambia los pañales, le ajusta el suero y le trae cine porno para que esté al tanto de las novedades.

A la tarde, según sus propias palabras, lo «saca a pasear». Es un recreo terapéutico que inventó él mismo: lo sienta a don Américo derechito en la cama, con dos almohadones en la espalda, prende la batidora para que haga ruido y le mete el secador de pelo en la cara. Dice el Caio que así el Nonno se piensa que va en moto por la ruta.

Ayer le colgó de las muñecas una soga y, con unas poleas empotradas al techo, lo usó un buen rato de marioneta. Trajo a la función a la Sofi, al Pajabrava, a la Jésica y al Chileno Calesita, que no paraban de aplaudir y cagarse de la risa. 

—Claudio —le dice el Zacarías—, tu abuelo no es un supertemerario, dejáte de escorchar que está muy frágil.

—¿No dijo el médico que hay que ejercitarle las extremidades por si se despierta? —retruca el chico—. Le estoy ablandando las articulaciones. Y si lo hago con creatividad es cosa mía… El estado vegetal no tiene por qué ser aburrido.

No sé si habrá sido por eso, o por una recuperación natural, pero anoche el Nonno habló. Estábamos cenando en la cocina (todos menos el Caio, que siempre hace guardia) y escuchamos un grito del esquenún:

—¡Vengan, vengan! —chillaba el Caio—. ¡Habló el fiambre! Nos pusimos todos contra el marco de la puerta y, en un susurro muy débil, escuchamos las primeras palabras del Nonno:

—Otto… chento… dúeeee…

Nos quedamos en silencio. El Caio levantó una mano, para que siguiéramos escuchando. El Nonno, haciendo un grandísimo esfuerzo, dijo:

—Nachio… nale… a la… capocha…

El Jeremías, como si entendiera algo, anotaba todo en una libretita. Nosotros no entendíamos nada.

—¿Qué dice? —pregunté, asustada.

El Caio y el Jeremías se miraron, serios.

—Dice que le juguemos al 802 a la cabeza, en la Nacional

—tradujo el Caio, desinflado y triste.

—¡Es vidente! —gritó el Zacarías—. ¡Mi papá se convirtió en vidente! Ya mismo corro a jugarle, a ver si por lo menos se paga la internación…

El Caio se levantó cejijunto, mientras el Jeremías tiraba la libreta al suelo, resignado.

—No vayás a ninguna parte que salió ayer —dijo el Jeremías.

—¿Cómo, tío? —preguntó la Sofi.

—El 802 —detalló el Jeremías sin ganas—, salió ayer en la Nacional… Este viejo atrasa un día. ¡Qué suerte de mierda!

Nos volvimos todos a la cocina, desencantados. Siempre, por hache o por bé, llegamos tarde a las grandes fortunas…

Antes de salir, le apagamos la luz de la pieza al Nonno, para que pudiera descansar. El Caio se quedó en la penumbra, dándole la mano a su abuelito atrasado. Mientras nos íbamos, oí al nene que le decía:

—Tranqui Nonnito, no te hagás mala sangre… Ya te va a salir… ya te va a salir.

Mirta G. de Bertotti
(Personaje de una novela de H. Casciari)