Esto transcurre en el siglo XXX, cuando la conquista interplanetaria ya era una realidad. Los seres humanos generaron nuevas sociedades alejadas de la Tierra. Tal era el caso de Elsevere, en el que vivían más o menos diez mil personas.
Al presidente Blei le gustaba mucho repetir, una y otra y vez, que Elsevere era «absolutamente autosuficiente». Reciclaban por completo todos sus desechos, lo que hacía que la comunicación con el resto del universo fuera innecesaria.
«Cada hombre, mujer y niño conoce su puesto en el planeta desde nacimiento y lo acepta», le explicó Blei a Lámorak. «Desconocemos por completo la incomodidad o el disgusto».
Luego de un breve paseo, Blei dejó a Lámorak en su hotel. Una vez en su habitación, el visitante miró los titulares del diario y descubrió una noticia que contradecía por completo lo que Blei le había dicho antes.
El titular decía: «Ragusnik no da el brazo a torcer». Y abajo se leía que el jefe de Desechos Orgánicos seguía inmutable en sus reclamos. La noticia no decía cuál era exactamente el problema, ni tampoco cuáles eran los reclamos de Ragusnik. Pero algún problema había.
A la mañana siguiente, cuando el presidente Blei pasó a buscarlo, Lámorak le mostró la tapa del diario. Blei se disculpó.
«Pensamos que el problema iba a estar resuelto para antes de su llegada», le dijo, «pero no. Ragusnik es el jefe de nuestro sistema de reciclado de desechos».
Así el visitante supo que Igor Ragusnik ganaba más dinero que cualquiera en el planeta, pero no tenía permitido entrar en contacto con el resto de la sociedad. Por eso Igor ahora reclamaba igualdad social. Quería que su hijo pudiera ir a la misma escuela que el resto de los niños del planeta, y hasta que eso no sucediera, Igor continuaría de huelga.
El problema era que los desechos ya se estaban acumulando. Y el sistema inmunológico de los nativos no estaba preparado para las enfermedades que los desechos acumulados pudieran traer. Se estaban enfrentando al posible fin del planeta.
Lámorak, fascinado con el caso, pidió conocer a Ragusnik. El presidente Blei no escondió su estupor y repugnancia.
«¿De verdad quiere estar cerca de alguien que manipula excremento?».
«Por supuesto», dijo Lámorak, «hay que solucionar este problema».
Entonces el presidente Blei lo llevó al laboratorio de residuos.
La reunión entre Lámorak y Rasgunik ocurrió en el corazón mismo del laboratorio de procesamiento de desechos. Realmente el lugar no olía bien. Lámorak esperaba encontrarse a una persona sucia y maloliente, pero Rasgunik era otra persona más con bata de laboratorio, detrás de un control de mandos.
Lámorak le dijo a Rasgunik que la huelga no tenía sentido. Que si no se encargaba de hacer funcionar la recicladora de desechos, él mismo lo haría. Que no se permitiría ser cómplice del inicio de enfermedades.
Luego de que Rasgunik volviera a negarse, Lámorak lo hizo a un lado, tomó el control y encendió las máquinas.
Todo volvió a funcionar como antes.
Lámorak, sonriente, tomó el intercomunicador y le informó al presidente Blei que ya todo había vuelto a la normalidad y que el planeta estaba a salvo.
Blei se llenó de alegría y le agradeció de puro corazón, en nombre de todo el planeta, pero cuando Lámorak intentó salir del cuarto de comandos, descubrió que la puerta por la que había entrado estaba cerrada.
«Lo sentimos mucho, Lámorak», le dijo Blei por el intercomunicador, «pero ahora que usted también entró en contacto con los excrementos, ya no puede caminar libremente por nuestro planeta. Esperamos que lo entienda. Muchas gracias por su servicio».
Lámorak miró a Rasgunik, como pidiéndole explicaciones. Y Rasgunik le dijo: «¿Vio? Esta gente es muy fóbica con la mierda, no quiere saber nada con nosotros… ¿Quiere que le hagamos huelga otra vez?».