Los hechos son simpáticos, no el trasfondo: el lunes pasado un joven británico (Leon Ward, electricista de veintitrés años) inventó en su blog —repito el verbo: inventó— que el equipo de fútbol de sus amores había adquirido, en tres millones de euros, a un joven futbolista serbio inexistente. Le puso al falso atleta un nombre apropiado: Rajko Purovic. Le creó un manager ilusorio, hizo aparecer un anterior equipo croata de donde provenía «la promesa» y adornó la patraña con la foto de un jugador real, pero no muy conocido. Después redactó en la Wikipedia una ficha curricular del jugador fantasma, en donde se decía que clubes de Holanda y España habían estado interesados en él, y en donde se aseguraba que, en la última temporada, Rajko Purovic había convertido dieciocho mil goles en 23 partidos. (Ahí la imaginación del electricista británico se desbordó, pero a él mucho no le importaba porque no tenía fe en su experimento de ficción). Cuando acabó la redacción de la farsa, el muchacho mandó un mail al periódico local de su pueblo (el ‘Evening Gazette’, de Middlesbrough) confirmando la noticia de la nueva adquisición. Doce horas más tarde, es decir el martes, la noticia se publicó también en el Daily Mail, después la levantó Yahoo y un rato más tarde Eurosport. El miércoles al mediodía la cadena de televisión Sky Sport también anunció el acuerdo millonario.
Hay una guerra candente, socavada y todavía no masiva, entre la prensa tradicional (o profesional, o de papel) y la nueva información global que aparece (de forma anónima, o a cuatro manos) en internet. ¿Periódicos de toda la vida, o los nuevos diarios digitales? ¿Enciclopedias de doce tomos, o aquella en la que todo el mundo aporta datos? ¿Periodismo riguroso, pero entonces pago, pero entonces atado a intereses; o periodismo ciudadano, pero entonces confuso, pero entonces inabordable? Etcétera. Desde ambos lados del mostrador hay miradas recelosas y cada actor de la batalla señala los errores del enemigo, sus debilidades, sus caídas libres. El chiste de Leon Ward, el electricista británico que se inventó un delantero para su equipo, no pretendía ir muy lejos. De hecho, es una broma menor. Sin embargo, ahora sus consecuencias se han convertido en un tema de debate en donde se ponen sobre la mesa las grietas de los soportes que nos informan. Los fanáticos de los dos mundos (el del saber tradicional y el del conocimiento digital) utilizan ‘el caso del delantero fantasma’ como prueba de que el otro mundo no es fiable. «La prensa tradicional ya no contrasta la información y publica cualquier cosa», dicen unos. «En internet la mitad de todo lo que se dice es mentira», patalean los otros. Lo increíble del asunto es que ambos están más atentos al otro mundo que al propio: ambos se nutren del otro mundo, ambos, a solas, disfrutan con el otro mundo. Cada mañana, cada fanático desayuna con el soporte odiado delante de los ojos.