El Zacarías es un héroe sensible
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Más respeto que soy tu madre

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Entre el Zacarías y yo lo sentamos al Caio a la mesa y le empezamos a preguntar qué pensaba hacer con su vida. Yo hoy estoy media alterada por problemas cotidianos de guita, así que no me fui por las ramas:

—Mirá pendejo —le digo—, o te conseguís un laburo o te mandás a mudar de esta casa, que acá no estamos para mantener vagos.

El Caio lo mira al padre y le dice:

—¿Vos viejo te venís conmigo a la calle, no? Porque últimamente más vago que vos no hay…

Y justo cuando yo pensaba que el Zacarías iba a hacer uso de su infalible revés con nudillo (cosa que el Caio se merece cada vez más) mi marido va y se me desmorona. Mete la cabeza entre los brazos y se larga a llorar como Verónica Castro en El derecho de nacer. Entonces yo y el Caio nos quedamos sin aire, nunca lo habíamos visto llorar al Zacarías. Nunca jamás en la vida de Dios. Dos minutos llorando se pasa, hasta que levanta la cabeza, lo mira al Caio y le dice:

—¿Tenés un pañuelo?

El Caio le da un pañuelo; el Zacarías me mira y me dice:

—¿Me das un cubito? Y yo le doy un cubito. El Zacarías mete el cubito adentro del pañuelo, se levanta, toma impulso y le revienta un ojo al Caio de una trompada.

—Tomá —le dice—, ponéte hielo en ese ojo antes que se te hinche.

Y hace mutis. ¡Un superhéroe, el Zacarías! Me dejó toda enamorada…

Mirta G. de Bertotti
(Personaje de una novela de H. Casciari)