Yo me aguanto la risa, pongo cara seria y le digo:
—¿Vos no estarás celoso, viejo, no?
Y no me responde. Al minuto empieza a hacerse el que ronca, pero yo me doy cuenta que está haciendo teatro, porque cuando hace teatro de que ronca, ronca despacio, y cuando ronca en serio es tan espamentoso que un día de un ronquido cambió de canal la tele.
—No te hagas el dormido, viejo: vos lo que estás es celoso —le digo medio riéndome.
Entonces se sienta en la cama con los ojos llorosos y me dice el antipiropo más lindo de toda mi vida:
—Vos a mí me importás una mierda, pero que te quede claro que sos la única mujer del mundo que me importa una mierda: ¡la única! Solamente yo tengo derecho a arruinarte la vida, ¿me entendés, pelotuda?
Lo abracé tan fuerte pero tan fuerte que no tuvimos más remedio que juntar los pelos como dos salvajes hasta altas horas de la noche.
Y después, en el post coito digamos, me hizo prometer que había que echar al Douglas de la pizzería.