Un leñador dijo esto: «Yo descubrí el cadáver. Estaba tirado boca arriba. Tenía una única herida profunda en el pecho, pero ya no sangraba. A su alrededor solo había un cuchillo y un remolino de hojas: el muerto se había resistido».
Un rato después el comisario habló con un monje budista, que agregó esto: «Yo vi ayer al hombre que encontraron muerto esta mañana. Iba a la ciudad en un caballo alazán y lo acompañaba una mujer con un kimono violeta y la cara cubierta por un velo. El hombre llevaba un sable, arco y flechas. No parecía dispuesto a morir».
Más tarde, el comisario habló con uno de sus oficiales, que acababa de apresar a un sospechoso.
El policía dijo esto: «Agarré al famoso bandolero Tajomaru. Se había caído del caballo, un alazán igual al del muerto, y tenía un arco y muchas flechas: las mismas armas de la víctima. Tajomaru es el asesino. Siempre fue conocido por mujeriego. Seguro que le hizo algo a la mujer que venía a caballo con el muerto».
Dicho esto, una anciana que estaba esperando para declarar lo interrumpió: «El muerto tiene nombre», dijo. «Se llamaba Takehito Kanazawa y era el marido de mi hija, Masago. Tenía veintiséis años y era muy buen chico. Y era demasiado paciente con Masago, que tiene demasiado carácter. ¿Dónde está ella ahora, comisario?».
Dicho esto, una anciana que estaba esperando para declarar lo interrumpió: «El muerto tiene nombre», dijo. «Se llamaba Takehito Kanazawa y era el marido de mi hija, Masago. Tenía veintiséis años y era muy buen chico. Y era demasiado paciente con Masago, que tiene demasiado carácter. ¿Dónde está ella ahora, comisario?».
El bandolero Tajomaru dio, entonces, su versión de los hechos: «Sí, yo maté a ese hombre. Pero no a la mujer. Los vi ayer al mediodía cerca de la montaña. Un viento le corrió el velo a la mujer y era tan hermosa que me quise quedar con ella. Así que los engañé. Les hablé de un tesoro escondido en el bosque, y cuando llegamos ahí até al hombre a un árbol y abusé de Masago.
»Aunque ella tenía un cuchillo y quiso lastimarme, fue fácil para mí. Por algo soy el famoso Tajomaru.
»El problema vino después. Masago se largó a llorar, histérica, dijo que no soportaba la vergüenza de haber sido violada, y dijo que uno de los dos tenía que morir y que ella se uniría al que sobreviviera. Entonces Takehito y yo nos desafiamos a muerte, y lógicamente gané yo. Sin embargo, apenas giré para mirar a la mujer, ella se había escapado. Así que agarré las armas del muerto y seguí mi camino».
El comisario tomó nota, y entonces pasó a un testimonio clave: el de Masago, la mujer.
Y ella dijo (para sorpresa de todos) algo totalmente distinto: «Después de violarme, el bandido se fue. Y Takehito, mi marido, me miró con desprecio. Tuve ganas de matarme, pero también quería la muerte de Takehito porque había sido testigo de mi deshonra. Entonces busqué su espada, pero no encontré ningún arma: el bandido se había llevado todo. O casi todo, porque todavía estaba ahí mi puñal. Así que lo clavé sobre Takehito. Pero no tuve la fuerza para matarme después».
Masago se largó a llorar. Y el comisario, desconcertado, se rascó la cabeza sin saber a quién meter preso. Tajomaru era un bandido con prontuario, pero Masago era una mujer temible. ¿Quién decía la verdad?
La respuesta, finalmente, la trajo una bruja, que llegó diciendo que tenía un espíritu hablando a través de su cuerpo: era Takehito, el muerto.
Y el muerto, por boca de la bruja, dijo lo siguiente:
«Luego del abuso, no quise seguir con Masago. Le dije que lo mejor era que me abandonara y se hiciera esposa del bandido, y para mi sorpresa mi mujer (lejos de largarse a llorar) sonrió ilusionada y miró al bandolero. Pero esto no es todo. Masago le dijo al bandolero: “¡Mata a mi esposo! Si vive, no podré estar contigo ni con nadie”. Tajumaru se quedó duro. No esperaba ese pedido y vino hacia mí con cautela. “¿Qué hago, amigo?”, me susurró. Ese bandolero me caía bien. El punto es que, mientras yo dudaba, mi esposa escapó hacia el bosque. Y Tajumaru cortó mis ataduras y me dijo: “Primero la agarro y después veo qué hago”, y se fue.
«Ya solo, no soporté la traición de Masago. Vi el puñal que mi esposa había dejado caer. Y agarrándolo fuerte, me lo clavé en el pecho».