«Enoch Soames», de Max Beerbohm
5m
Play
Pausa

Compartir en

100 covers de cuentos clásicos

Compartir en:

Era finales del mil ochocientos noventa.  En una fiesta de jóvenes artistas apareció un viejo que desentonaba por lo encorvado y desalineado de su postura. 

Max Beerbohm (el autor de este cuento), que en ese momento no pasaba los veinte años, conversaba con un pintor cuando distinguió a este hombre que caminaba con torpeza entre el resto de los invitados. Le preguntó al pintor quién era esa persona que de-sentonaba tanto y el pintor le respondió: «Es Enoch Soames, un escritor fracasado». 

Atraído por la mención de su nombre, Soames se acercó a Max y al pintor y dijo: «Es verdad, mi nom­bre es Enoch Soames, pero pronto dejaré de ser un escritor fracasado».

El pintor, descubierto en su comentario poco ami­gable, quiso disculparse, pero Enoch Soames no se lo permitió. Le dijo que, de hecho, tenía razón: él era un escritor fracasado. Ya había publicado dos libros (una novela y un poemario) y ninguno de los dos había te­nido ningún tipo de repercusión. Pero él sostenía que lo que faltaba era que sus libros cayeran en las manos del lector correcto.

Max se sintió interesado por Enoch Soames. Él todavía no había publicado nada y cualquier autor que ya tuviera más de una publicación le parecía ad­mirable. Esa noche ambos se quedaron conversando largo y tendido y el viejo le regaló a Max una copia de cada uno de sus libros. Max le prometió leerlos en cuanto llegara a su casa y quedaron en encontrarse al día siguiente. 

Ya en su cama, Max intentó leer los libros, pero le resultó imposible: eran tremendamente aburridos e incomprensibles. En el libro de poemas no se enten­día de qué estaba hablando el viejo, y la novela termi­nó siendo tan soporífera que Max se quedó dormido antes de pasar las primeras diez páginas. 

Aún así, al día siguiente, Max fue a encontrarse con Enoch Soames. 

Se reunieron en un café. En el momento en el que Max atravesó la puerta, vio que el viejo escritor ya lo estaba esperando. Una vez que Max se sentó, Enoch Soames le dijo: «No te gustaron ni un poco mis li­bros, ¿no?». Max intentó mentirle, pero no sirvió de nada. El viejo le dijo que no se preocupara, que de todos modos él estaba seguro de que, en el futuro, el público iba a descubrir su obra y sabrían disfrutarla. 

No le cabía duda de que su nombre estaría en to­das las enciclopedias del mundo. Luego, se acercó a Max y casi en un susurro le dijo: «Le vendería mi alma al diablo por un par de horas en alguna biblio­teca del siglo XXI, y poder disfrutar un rato del éxito que me merezco». 

En ese instante, un extraño se sentó en la mesa de Max y el viejo y se presentó como el Diablo. Max se tentó de la risa ante lo ridículo de la presentación, pero Enoch Soames se lo tomó en serio. 

El Diablo le dijo al viejo que él podría mandarlo cinco horas al siglo XXI, para que revisara la enci­clopedia que él quisiera. Pero que al volver debería entregarle el alma. 

Enoch Soames aceptó el trato y en ese mismo mo­mento desapareció del café. Max miró para todos la­dos. Atónito, el joven se quedó en el café las siguien­tes cinco horas, a la espera del supuesto regreso de Enoch Soames. 

Efectivamente, pasadas las cinco horas de espe­ra, el viejo volvió a aparecer por la puerta del café, enojadísimo. Max lo recibió con alegría, pero ante su sorpresa, Soames lo insultó. Entonces, se sentó en la mesa y le contó. 

Enoch Soames había estado cinco horas en el siglo XXI. Le dijo que las enciclopedias eran máquinas, y que allí estaba todo. Que buscó su apellido en algo llamado Wikipedia y que solo había encontrado una mención a su nombre, y que esa mención estaba en la biografía de Max Beerbohm. 

Max le preguntó cómo podía ser eso, así que Enoch Soames sacó un pedazo de papel de su bolsillo y, lleno de furia, le leyó el siguiente fragmento de la Wikipedia: 

«Un escritor del siglo XIX, Max Beerbohm, escri­bió un cuento sobre un personaje ficticio llamado Enoch Soames, un poeta menor que se creía un genio e hizo un pacto con el Diablo para saber qué pensaría de él la posteridad». 

En ese momento apareció el Diablo, listo para lle­varse el alma del viejo. Antes de volver a desaparecer, Enoch Soames miró a Max a los ojos y le suplicó: «Por favor, todo el mundo debe saber que existí». Después, el Diablo chasqueó los dedos y el viejo desapareció. Desde ese día, nadie volvió a saber de Enoch Soames.

Max Beerbohm
Una adaptación de Hernán Casciari