Y yo les digo:
—Sí, por supuesto, agente, la denuncié a fines del mes pasado, porque así no se puede vivir.
La vieja Monforte es una vecina que vive acá al lado; la hija de puta está con una arteriosclerosis galopante y escupe por la ventana a todos los que pasan por la vereda. Además tiene una escupida rara, potente y media resbaladiza, que te puede dejar moretones si te alcanza de lleno. Así que es un peligro para el barrio.
Los de la Intendencia le tocaron el timbre a la vieja para hacerla entrar en razón, y la vieja los empezó a escupir desde la persiana entrecerrada. A un funcionario de traje beige le dio en el ojo y el tipo tuvo que sentarse porque se mareaba de dolor.
Salimos todos los vecinos afuera a chusmear, y el Caio (que odia a la vieja Monforte más que nadie, porque cuando era chico le daba besos con baba) se enloqueció y empezó a patearle el portón, y gritaba «¡vení a escupirme el orto a ver si te la bancás, vieja chota!» (el Caio se envalentona cuando ve que lo secunda la fuerza policial).
Al final llegó el hijo de la vieja, que trabaja de repartidor de gas a dos cuadras, y firmó unos papeles asegurando que iba a tapiar la ventana con ladrillos para que no se repitieran los incidentes.
La vieja Monforte, mientras todos nos íbamos para adentro, nos miraba desde un agujerito de la ventana, con los ojos llenos de odio, y a mí se me puso la carne de gallina. Para mis adentros pienso que un día de estos la guanaca se va a querer vengar de mí.