Estamos perdiendo los papeles (*)
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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Los periodistas (y los escritores, claro) que ahora tienen entre cuarenta y cincuenta años escribieron su primera historia en una máquina de escribir Olivetti, y la última historia la redactaron en una computadora portátil, o incluso en una tablet. Yo pertenezco a esa generación.

La primera crónica que escribí, para el diario de mi pueblo, la redacté en un cuaderno y la pasé en limpio a máquina, y después la mandé por fax, y en la redacción un tipógrafo tuvo que componer la página; mientras que, a mi última historia, esta, la que estoy contando ahora, la redacté esta mañana en el aeropuerto de Lima y la leo por la noche en un noticiero de Buenos Aires.

Pasó tan poco tiempo y pasaron tantas cosas… Resulta que esta generación, la que ahora tiene entre cuarenta y cincuenta años, será, de la humanidad entera, la única que pueda decir: «Yo caminé por las dos veredas».

Nacimos analógicos, crecimos en una transformación trepidante y estamos envejeciendo ya completamente digitales. Y aunque muchos de nosotros recordamos con nostalgia el olor de la tinta (la Pelikan, la Schiffer, la Parker, según la clase social), aunque nos acordemos de ese olor secándose en nuestro primer cuaderno, lo vamos a contar con nostalgia en los doscientos ochenta caracteres de Twitter. Los que pudimos probar las dos formas de comunicación estamos más o menos convencidos de preferir esta época, estas herramientas, para decir lo que pensamos y para compartir nuestras ideas.

Es un tiempo con menos intermediarios, en el que llegar al lector, o al espectador, suele ser un vuelo directo, sin escalas. Pero hay algo que estamos perdiendo sin remedio, algo que nadie está extrañando todavía, pero que, en poco tiempo, va a ser un bache inmenso en la transmisión cultural: estamos perdiendo los originales de papel.

Uno de mis grandes placeres de estudiante de periodismo fue ver tachaduras, las tachaduras de los maestros en el papel. Ya no tenemos eso. Los futuros maestros, los chicos de hoy que mañana van a ser los grandes comunicadores, arrastran sus errores a la papelera de reciclaje.

Nuestros hijos ya no van a poder beber de esa fuente. Parece frívolo, pero se trata de una pérdida tremenda. Yo les presté siempre mucha atención a los originales y a las primeras versiones de los periodistas que admiro, sobre todo por su prosa simple, porque fueron justamente ellos los que más tacharon, los que más borronearon, los que mejor sintetizaron. Es decir, los que más exprimieron los márgenes de las hojas con anotaciones. Los que más dieron cátedra de errores resueltos a tiempo.

¿Quién escribe a mano hoy en día? ¿Se acuerdan de cuando la maestra nos reconocía por la letra? ¿Quién se acuerda hoy del Liquid Paper, ese pincelito de olor intenso con el que blanqueábamos nuestra mala taquigrafía y con el que a veces incluso nos drogábamos sanamente? Hoy todo va a la papelera de reciclaje. Hoy todo lo que no sirve desaparece de la pantalla, y cada cosa que escribimos es la última versión.

Hoy quiero recordar que ya no tenemos memoria, ni siquiera de nuestros propios errores. Por ahí me equivoco, pero sospecho que, por culpa de la velocidad tecnológica, dentro de treinta años se va a escribir peor periodismo que hace treinta años, pero también es verdad que va a escribir periodismo el triple de gente.

Y yo sigo sin saber si eso es mejor o es peor.

Hernán Casciari