Pero hoy me desperté antes, con las patas calentitas. El corazón me empezó a latir entredormida: «Es el Cantinflas», pensaba sin abrir los ojos. Y era nomás. Tiene el lomo todo en carne viva, y la cara como un loco, como el Caio cuando viene drogado de una fiesta. Rengueaba de la tercera pata y me miraba de costado, como queriéndome explicar la historia increíble que vivió en las últimas treinta y cuatro horas que estuvo con paradero desconocido. No tenía idea de dónde pudo haber estado, porque en vez de todo sucio, estaba más blanco que nunca.
Pero hace un rato que descubrí la verdad, cuando saqué del lavarropas todas las remeras de los chicos llenas de pelos blancos. Lo que todavía no sabemos es cómo hizo para salir del lavarropas sin abrir la puertita. Pero bueno, eso no importa. El alma me volvió al cuerpo: el Cantinflas Bertotti está otra vez entre nosotros.