Instrucciones para domesticar un yerno
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Más respeto que soy tu madre

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Ayer la Sofi lo trajo al Pajabrava, su noviecito nuevo, a tomar la leche a casa. ¡Un susto tenía ese chico! Se conoce que el carácter del Zacarías debe ser famoso en el barrio. Así que el chico entró, despacito, colorado como un tomate, y se quedó quieto al lado de la nena.

—Papá, mamá —nos lo presenta la Sofi—, este es el Pajabrava, mi novio.

Yo estaba planchando, y el Zacarías miraba televisión medio cabeceando de sueño. Los dos levantamos la vista y lo carpeteamos un rato largo al chico, en silencio, más que nada para meterle miedo. Con cara de mala gente, sin saludarlo ni nada. Después nos miramos entre nosotros, como dos buitres que ya huelen la carne muerta.

—Andá a prepararle algo para tomar al chico, Sofía —digo yo con voz de mosquita muerta—. Y vos nene, sentáte ahí, como en tu casa —y le señalo el sofá donde descansa, impertérrito, el Zacarías.

—No… yo… No quiero molestar, señora, mejor voy con la Sofía… —tartamudea el pichoncito.

Mi marido, secote, corre el diario y el control remoto para que quede espacio en el sofá. Cuando un futuro suegro te hace sitio, querido, hay que sentarse: ya estás en la jaula del tigre. Así que el chico, muerto de miedo, va y se acomoda. El Zacarías y yo nos miramos, cómplices. 

Yo le hago la seña de siempre al Zaca. Dos dedos levantados sobre la teta izquierda. Eso quiere decir: «¿Le contás por qué te echaron de Plastivida, o le muestro el álbum de fotos familiares?». El Zacarías se queda pensando un momento, relojeando la presa, y me hace la seña de parpadear con el meñique en alto. «Entendido», digo yo articulando el pulgar dos veces.

—¿Querés ver fotos, corazón, mientras llega la Sofía con la cindor? —le digo. Y antes de que el pobre diablo pueda decir esta boca es mía, saco de la cómoda los tres volúmenes de la familia, de 1967 a la actualidad. Y me siento con él en el sofá.

El Zacarías (¡lo habremos hecho tantas veces!) se levanta y se va a distraer a la Sofi por lo menos dos horitas. Se va sin saludar, como corresponde. Se va diciendo: «Bah bah bah», que significa, a oídos del novato, «qué chico pelotudo, no vale la pena ni decirle chau».

Y entonces empieza mi trabajo. «Tomo Uno, verano de 1967, vacaciones en Capilla del Monte». Pongo el dedo en la primera foto, tomo aire porque la cosa va para largo y empiezo:

—¡Ay, mirá qué plato, nene! —digo, agarrándolo de la camiseta—. Esta era la tía Negra. La hermana de la Mecha, que es esta que aparece atrás del ford. En esa época usábamos unos peinados, ¿viste?… El gordo del medio es el tata Agustín, que vendría a ser el bisabuelo de la Sofi. Se murió de un cáncer de próstata, no sabés qué doloroso…

Hay que hablar rápido y tratar de marear a la presa. Ese es el truco; ahí reside todo. Una hora después ya te vas cansando, pero lo importante es no perder el ritmo ni quedarse sin saliva. El Caio viene siempre a cada rato y me trae agua o un vaso de seven up.

—¡Ay, pero qué fotos chiquititas se hacían en esa época, nene! —le digo a la hora y media, cuando empezamos el Tomo Dos—. ¿Ves? Acá está la mamma Franchesca, y esta es su hija la Inesita, que no era gorda como está acá…; seguramente ya había quedado de las mellizas… Ya vas a ver a las mellizas en el Tomo Tres….

Y así más o menos dos horas largas. La lengua te queda seca y pastosa, pero por lo general la tortura funciona… Eso sí: me aburro como una ostra, pero hay que hacerlo, porque es la única manera de saber si los pretendientes que trae la Sofi son de buena familia o son unos degenerados. El Pajabrava resultó ser bastante simpático. Se me quedó dormido promediando el Tomo Tres, pero no se quejó.

—Sos igualita a tu tía abuela Pochi —le dice el Pajabrava a la Sofía, cuando por fin la nena vuelve con la cindor.

—¿A quién? —pregunta ella.

—Tu tía abuela, la mamá del Rúben Bertotti, el que trabajaba en Dupont —explica, ya experto, el Pajabrava.

El Zacarías y yo nos miramos, satisfechos. El esquenuncito ha pasado la prueba con un ocho cincuenta. Puede seguir viniendo a casa sin mayores inconvenientes, hasta la prueba final del Zacarías: esa sí que es jodida. No sabe la que le espera, el pobre infeliz.

Mirta G. de Bertotti
(Personaje de una novela de H. Casciari)