La edad de los países
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Pausa

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Desde chicos nos explicaron que para saber si un perro es joven o es viejo hay que multiplicar su edad biológica por siete. Y a mí me parece que con los países pasa al revés, que hay que dividir la edad de un país por catorce para saber su edad humana.

Por ejemplo, Argentina, que nació en 1816, tiene doscientos tres años. Si dividimos doscientos tres por catorce, Argentina tiene casi quince años, o sea, está en la edad del pavo. Argentina es rebelde, es pajera, no tiene memoria, contesta sin pensar, está llena de acné… por eso le dicen el granero del mundo. Casi todos los países de América Latina tienen más o menos la misma edad.

Uruguay también tiene quince, pero los padres lo dejan fumar porro en la casa, por ejemplo. Está más contento. México también es adolescente, pero con ascendente indio, por eso se ríe poco y no fuma porro como el resto de sus amiguitos, sino que cocina metanfetamina y se junta con Estados Unidos, que es un imbécil de diecisiete que se dedica a matar chicos de seis años en otros continentes.

Y la teoría funciona también en los países más viejos. Por ejemplo, la China milenaria. Si dividimos los mil doscientos años de China por catorce, nos da una señora de ochenta y cinco, conservadora, con olor a pis de gato, que ahora se hizo las tetas y rejuveneció un montón. China tiene un nieto de ocho años, Taiwán, que le hace la vida imposible. Y está divorciada, hace rato, de Japón, que es un viejo cascarrabias. Japón se juntó con Filipinas, que es jovencita y siempre está dispuesta a cualquier aberración a cambio de plata.

Y después están los países que acaban de cumplir la mayoría de edad y que tienen padres ricos, por ejemplo, Australia y Canadá. Australia es una chica de dieciocho que hace toples y la histeriquea a Sudáfrica. Canadá es un chico gay, emancipado, que en cualquier momento adopta al bebé Groenlandia y forman una de estas familias alternativas que están de moda.

Francia es una separada de treinta y seis, muy respetada en el ámbito profesional. Es amante esporádica de Alemania, que es un camionero rico que está casado con Austria. Austria sabe que es cornuda, pero no le importa. Italia es viuda desde hace mucho tiempo, vive cuidando a San Marino y al Vaticano, dos hijos católicos igualitos a los hermanos Flanders.

Italia estuvo casada en segundas nupcias con Alemania (duraron poco, tuvieron a Suiza), pero ahora no quiere saber nada con los hombres.

A Italia le gustaría ser una mujer como Bélgica: abogada, feminista, que usa pantalón. Pero Bélgica también fantasea a veces con saber preparar espagueti.

España anda mucho en tetas. Va casi siempre borracha, generalmente se deja coger por Inglaterra y después hace la denuncia. España tiene hijos por todas partes, casi todos de quince años, que viven lejos. Los quiere un montón, pero le molesta que los hijos, cuando tienen hambre, pasen alguna temporada en su casa y le abran la heladera.

Gran Bretaña sale en barco a la noche, se culea pendejas, y a los nueve meses aparece una isla nueva en alguna parte del mundo. Pero no se desentiende: en general, las islas viven con la madre, pero Inglaterra les da de comer.

Suecia y Noruega son dos lesbianas de treinta y nueve, casi cuarenta, que están buenas de cuerpo y no le dan bola a nadie. Cogen y laburan, cogen y laburan, son licenciadas en algo. A veces hacen trío con Holanda (cuando necesitan faso) y otras veces invitan a cenar a Finlandia, que es un tipo de treinta años, medio andrógino, que vive solo en un ático sin amueblar y se la pasa hablando por teléfono con Corea.

Corea (la del sur) vive pendiente de su hermana esquizoide: son mellizas, pero la del norte tomó líquido amniótico cuando salió del útero y quedó estúpida. Se pasó la infancia usando pistolas y ahora, que vive sola, es capaz de cualquier cosa. Estados Unidos, el tontón de diecisiete años, la vigila mucho. No por miedo, sino porque quiere las pistolas de Corea.

Y yo creo que el mundo estaba bien así, es decir, como estaba, hasta que un día Rusia se juntó sin casarse con la Perestroika y tuvieron una docena de hijos, todos raros, algunos esquizofrénicos, otros depresivos, todos bebitos chiquitos con nombres que terminan en «tán». Kazajistán, Kuchikistán, Karadagián. Hay un bebé, manco, que se llama Georgia y va gateando.

A mí me da un poco de miedo que nos aparezcan países de corta edad, así de repente. Y me pregunto: ¿por qué siguen naciendo países nuevos, si los que hay todavía no funcionan?

Hernán Casciari