La guerra para los niños (*)
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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Una vez apareció un humorista de chistes verdes en la tele y dijo que «culo» y «concha» no son malas palabras; que las verdaderas malas palabras son «hambre» y «guerra». Justo pasaba mi hija de cinco años por enfrente y la boluda se pensó que «guerra» era una mala palabra, que era una grosería.

Y, desde ese momento, la nena se interesa mucho por los conflictos armados, porque cree que es una mala palabra. Cuando se siente rebelde, o cuando se quiere hacer la graciosa, anda por la calle gritando «caca», «culo», «guerra», «pis», «sorete», y, por supuesto, presta muchísima atención a los noticieros cuando hablan de Medio Oriente. Porque dicen la palabra «guerra», que para ella es una mala palabra, y se caga de la risa.

Y además me pregunta. Me pregunta un montón sobre la guerra. Y yo le explico lo básico: que es una pelea entre pueblos, que se llega a ese punto cuando es inevitable otra solución, que nadie gana, que muere mucha gente inocente, y otro montón de pavadas que se me ocurren en ese momento.

Es complicadísimo explicarle esas cosas a una criatura: yo preferiría mil veces que se interesara por el sexo o los logaritmos, que son otros dos temas de los que tampoco entiendo un carajo. Pero no: mi hija siente curiosidad por la guerra.

El otro día fue muy complicada la cena, porque vio en el noticiero que Estados Unidos y Rusia firmaron un tratado de paz en Praga. La noticia apareció en la televisión y me dejó sin argumentos para mi hija.

Ella, como es lógico, me hizo muchas preguntas sobre ese tratado de paz. Y yo quise contestarle con palabras que ella pudiera entender. Le dije que Estados Unidos les había prometido a varios países peligrosos que si tiraban a la basura todas sus armas muy mortales ellos (Estados Unidos) les ofrecían una oferta buenísima. La oferta era que si, un día, estos países peligrosos atacaban a Estados Unidos con armas menos mortales ellos (Estados Unidos) responderían el ataque también con armas menos mortales.

Mi hija se me quedó mirando sin entender nada. Y, la verdad, yo también. Porque ¿no es la guerra un conflicto en el que, a causa del enojo, vale todo? ¿No es la guerra, en realidad, el síntoma final del enojo, de la exasperación y de la necedad?

Me parece rarísimo que dos potencias combatientes (es decir: dos ideas irreconciliables, dos mundos distintos) se sienten a definir el estatuto futuro de la barbarie. Un presidente le estira una birome a otro presidente y le dice: «Si ustedes eliminan las armas nucleares y después nos atacan con armas químicas, nosotros prometemos responder solamente con ojivas teledirigidas». ¿Eh?

Y el otro firma el papel, y se dan la mano, y sale cada uno para su país a festejar la firma del nuevo reglamento. Y después, los periodistas informan que se ha efectuado un tratado de paz, o que tuvo lugar una componenda sobre el desarme.

¡Es complicadísimo explicarle a una hija chiquita, sobre todo cuando antes ya le dijiste que la guerra es un momento de desenfreno y de calentura entre los humanos! ¿Dónde está el desenfreno, si los protagonistas del conflicto pactan el número límite de ojivas que pueden poner en la frontera?

¿Dónde están la calentura y la desesperación, si los actores de la guerra usan frases como «En caso de violarse este tratado, mi país estará en todo su derecho de abandonar el proceso de desarme»? ¡Parece una tarjeta del TEG, parece que estuvieran jugando!

No. La verdad es que yo no sé explicarle a mi hija la guerra.

Pero encontré, esta semana, una manera de explicarle la paz. Ojalá a ustedes les sirva también para sus hijos chiquitos. Es así: «Paz (sustantivo femenino): Dícese de los quince minutos de descanso en donde los enemigos ajustan los detalles para volver a pelear».

Hernán Casciari