Yo tenía, me acuerdo, cinco años y esperaba en la vereda a que mi papá sacara el auto del garaje. Hacía frío, pero Raquel apareció y se puso atrás de un árbol y se sacó el vestido como si fuera una tarde de verano. Me quedé hipnotizado viéndole las tetas caídas, el matorral esponjoso, las estrías.
—¡Hernán, metéte para adentro! —gritó mi mamá enseguida.
Chichita me sacó del medio, se acercó a la loca y la espantó como si fuese un perro rabioso. ¡Juira, Juira!, le dijo y le agitó un repasador. Después, en el auto, Chichita me preguntó qué había visto y yo le dije que nada.
—¿Cómo nada?
—No vi nada, mamá. Te lo juro.
Pero no era verdad. Yo había visto algo en el cuerpo de la loca. Lo que más me llamó la atención fue la tremenda cicatriz de una cesárea que le partía la panza en dos. Al rato escuché una conversación entre mis padres sobre la loca Raquel. Chichita le decía a Roberto:
—La pobre mujer está así porque el marido la traicionó.
Y yo creí que hablaban de esa herida horrible. Por eso, desde esa mañana, la palabra «traición» significa, para mí, un tajo de cuchillo en el abdomen.
No era la primera vez que yo entendía mal las palabras. De chico me gustaba oír a los adultos cuando hablaban en susurros. Y siempre me equivocaba. Yo les ponía significados falsos a las palabras que no entendía. Por eso creí, durante años, que el orgasmo era un pianito eléctrico que mi tía Luisa no había tenido nunca.
Con el tiempo y los diccionarios descubrí el verdadero significado de algunas palabras. Pero en otros asuntos yo seguía siendo un boludo. A los siete años, por ejemplo, yo ya sabía cuál era la palabra más larga del diccionario, pero al mismo tiempo creía en los Reyes Magos. Sospechaba que había algo raro con los reyes, pero no sabía qué. Era imposible que tres personas en camellos pudieran entregar regalos al mismo tiempo en todo el mundo, pero creía en ellos…
Cuando un compañero de banco, en el recreo, me contó la verdad sobre los Reyes, yo sentí el peso multiplicado de la traición. No me sentí traicionado una vez, sino siete veces. Mis padres me habían engañado año tras año, durante los siete años de mi vida.
Porque… si los Reyes no existían, ¿qué fueron todas esas noches en vela? Recuperé en mi cabeza imágenes felices que, de repente, se convertían en humillaciones del pasado: mi papá llevándome a buscar pasto (¿para qué?), Chichita fingiendo sorpresa al ver un regalo que había envuelto ella misma; todos, absolutamente todos los veranos de enero habían sido una mentira.
La traición es un terremoto en los cimientos del pasado, una segunda versión de tu propia historia que no conocías y que alguien (el traidor) modificó para que sientas vergüenza y te conviertas en un imbécil en diferido. Porque la traición nunca pasa en directo. Cuando te enterás, ya pasó. Las manchas del recuerdo en la alfombra son las que te señalan la ofensa. Si no tuviéramos memoria, nadie nos podría traicionar.
Si los Reyes, que eran algo importantísimo, no existen, entonces puede ser que no existan otras cosas. ¿Seré adoptado? ¿Mi abuela también será mentira? ¿Existirán de verdad Mario Kempes, Dios, las milanesas? ¿Cuánto más me engañaron, estos dos, en mis siete años de vida? ¿Cuántas veces me quedé esperando insomne, a la noche, las pisadas de unos camellos en el patio, como un boludo, mientras ellos se reían de mí?
La traición siempre es un descubrimiento tardío, pero es en la infancia donde pasa por primera vez. Las demás traiciones de la vida son ecos de la primera. El cornudo que descubre a la mujer en la cama con otro… se enoja, antes que nada, de su propia infancia dolorida, no por la infidelidad.
Lo monstruoso del engaño es que el ayer se derrumba; se derrumba lo que creíamos limpio, y nos sentimos estúpidos en el ayer, pobres diablos en la percepción del otro, que se reía y nos veía reír, que juraba haber oído los pasos de unos camellos o que juraba llegar tarde del trabajo cuando en realidad volvía de un hotel.
No, yo no estaba equivocado a los cinco años: la traición sí es el tajo de un cuchillo en el abdomen, una cesárea mal cerrada, una puñalada que te puede volver loco como a la loca Raquel y dejarte desnudo para siempre atrás de un árbol.