El dueño de la luna me mandó por correo este título de propiedad, que es un pergamino con ribetes dorados que dice: «Hernán Casciari, dueño de un acre en la luna, coordenada tal, longitud tal».
Al certificado lo enmarqué y lo tengo colgado en el comedor de casa. Mis amigos cuando vienen se burlan, me dicen que me estafaron, pero no es verdad. Yo googleé a ver si era cierto que la luna tenía dueño, y es verdad, tiene dueño.
En la Wikipedia dice que el dueño de la luna se llama Dennis Hope, Dennis con doble ene. Un ventrílocuo fracasado —dice la Wikipedia— que a finales de los ochenta tuvo una extraña revelación. Estaba borracho, sin trabajo, en su auto, el tipo mira para arriba, ve la luna y piensa: «Ahí se pueden construir un montón de casas».
Hasta ese momento, absolutamente a ningún ser humano se le había ocurrido patentar la luna, y ahí reside la grandeza de Dennis Hope. Dos días después, este ventrílocuo mediocre, entró sin golpear a la Oficina de Registros y Patentes de San Francisco y le dijo al tipo del mostrador:
—Buenos días, vengo a reclamar la posesión de la luna, ¿qué formulario hay que llenar?
El tipo de la Oficina de Registros, que ya tenía ganas de cerrar, le dio a Dennis Hope unas planillas azules. Dennis llenó cada formulario, firmó, le dieron una copia y buenas noches. De repente, Dennis Hope fue el dueño de la luna.
Unos años después, cuando apareció Internet, Dennis Hope puso a la venta pequeñas parcelas, cada una a veinte dólares, y ya lleva vendidos más de ocho millones de terrenitos en la luna. Este ex ventrílocuo tiene una página web en donde cualquiera puede comprarle una propiedad en la luna, como hice yo.
También tiene un montón de detractores y de gente que confunde las cosas. A él lo confunden con un estafador y a nosotros, los compradores, nos confunden con unos pelotudos.
Mi amigo Chiri, sin ir más lejos, cada vez que ve el título de propiedad que tengo colgado en el comedor, me mira y me dice:
—¡Qué gordo boludo! ¿No te das cuenta de que este hombre te engañó, que este tipo te robó veinte dólares?
Y yo le digo:
—¡Nada que ver! Yo le compré a Dennis Hope una historia.
Cada vez que alguien nuevo entra a casa yo le digo: «Mirá el certificado este, me lo mandó un ex ventrílocuo, bla-bla-bla». Yo tengo una hija, en algún momento voy a tener un yerno. ¿Y qué hacen los suegros cuando aparece un yerno? Le muestran las boludeces que compró. Yo fui yerno y tuve suegros que me mostraban estampillas, monedas, hasta un sorete disecado en una caja. Ahora el suegro voy a ser yo y le voy a mostrar a mi yerno mi terreno en la luna. Le voy a decir: «Mirá Juan Carlos, un terreno en la luna tengo. Vos y yo vamos a hacer la medianera acá en el Mar de la Serenidad». Para eso me compré la luna. Para tener una historia. A mí Dennis Hope me cae muy bien. Es la clase de tipo que me gusta: fracasado, mentiroso, paciente y de repente millonario y genial. Me encanta que haya sido ventrílocuo y que ahora sea millonario. Me encanta que la prensa lo confunda con un estafador, y que la gente, a pesar de no creer una sola palabra de lo que dice, le compre un pedacito de la luna por veinte dólares.
El mundo cambió mucho, me parece a mí. Ya nadie compra buzones. Los nuevos compradores de fantasía somos conscientes de que no hay nada, más allá de ese papel falso de ribetes dorados que yo tengo en el comedor de mi casa.
Compramos una historia. Y las historias ya no vienen solamente en el formato de un libro o de un ticket para ir al teatro. Las historias también vienen dispersas en las charlas, en las sobremesas. Vienen colgadas en las paredes. Las historias son, a veces, lo que nosotros queremos que sean.
A mí no me importa la luna. La luna está entre las cosas que menos me importan en la vida. Pero por suerte, veinte dólares tampoco me importan. Y entre poder decir en una sobremesa «miren esa pared, tengo un pedacito de la luna» o decir «miren: tengo veinte dólares» yo prefiero tener la luna.
Dennis Hope y yo hicimos un negocio imaginario perfecto. Yo le di veinte dólares, que es un papel que representa un pedazo de un lingote de oro que hay en la bóveda del Tesoro de Norteamérica. Y él a cambio me dio otro papel que representa una parcela al norte de la luna. Nadie vio nunca esos lingotes.
Yo a mi luna la miro por la ventana, cada vez que se me antoja.