La revancha (*)
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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Una noche de 2009 mi hija Nina se despertó llorando y me contó una pesadilla tremenda mientras hacía pucheros. Vivíamos en Barcelona. Yo me asusté, porque lo que me estaba contando lo conocía perfectamente. Para explicarlo mejor tengo que irme a 1994.

En esa época yo era un tipo flaco, de veintitrés años, que trabajaba en una revista con mi amigo Chiri. En ese trabajo nos hicimos muy amigos de Andrés Gelós y los tres decidimos alquilar una casa para compartir los gastos. Estábamos convencidos de que la idea era perfecta.

Pero lo cierto es que nos llevamos pésimo con Andrés Gelós. En un porcentaje enorme por mi culpa, porque yo en esa época fumaba mucho porro. Andrés no me soportaba más y a mí tampoco me caía muy bien él, aunque su hermano sí. Pablo Gelós era unos años mayor que Andrés; cuando aparecía por la casa era como si llegara un Andrés con menos pelo y más relajado. Cuando había discusiones serias entre nosotros, Pablo no se metía. Era un tipo divertido, era actor.

Un día Andrés me echó de la casa y Chiri se vino conmigo. Estábamos demasiado drogados para resistirnos. Buscamos un departamento chiquito y nos retiramos con dignidad. Pablo se iba a quedar a vivir en la casa. El hermano era el nuevo inquilino de Andrés.

Una semana después, en mi departamento chiquito, yo soñé que volvía a la casa. En el sueño yo tenía las llaves de la casa y era consciente de que aquella ya no era mi casa. Era de madrugada y sentí curiosidad por ver dónde dormía Pablo Gelós. Entré en puntas de pie, en el sueño, e iba flotando y subí las escaleras. Abrí la puerta de la habitación de Andrés y ahí estaba él, dormido. Estuve a punto de hacerle alguna maldad, pero preferí seguir de largo.

Yo era consciente de estar dentro de un sueño, y eso me daba poderes. Subí a la que había sido mi habitación. Abrí la puerta y me quedé en penumbras. En la cama estaba Pablo Gelós, durmiendo boca arriba.

Me acerqué; en el sueño, Pablo se despertó. En ese momento tuve miedo de asustarlo y le tapé la boca para que no gritara. Yo quería decirle que estaba todo bien, que no era mi intención molestarlo. Pero vi sus ojos, aterrorizados, y descubrí algo espantoso. Descubrí que no era un sueño mío en el que estábamos, sino una pesadilla de él. ¡Claro! En general, las pesadillas deberían asustar al dueño, al que las sueña. Pero en este caso yo estaba muy tranquilo, en casa ajena, asustando a otro.

Los ojos de Pablo Gelós estaban llenos de terror, las pupilas dilatadas, su corazón a los saltos. Cuando confirmé que el malo del sueño era yo, me ayudé con la otra mano y empecé a ahorcar a Pablo para que se despertara. Apreté su cuello con fuerza y me empecé a reír. «¡Ja, ja, ja!». Y entonces me desperté transpirado. Y también riéndome. Mil veces conté esto en sobremesas, cada vez que hablamos de sueños raros. Me encanta esta historia, porque por única vez yo fui el monstruo, el malo en una pesadilla ajena.

Después pasaron los años. Nunca más vi a ninguno de los Gelós. Ni a Andrés ni a Pablo. Y una tarde me fui a vivir a España para siempre y tuve una hija. Andrés tuvo dos hijas, por lo que supe. Una noche de 2006, Andrés Gelós les empezó a contar un cuento a sus hijas, un cuento que se llamaba «Reinas Magas». El cuento resultó ser tan interesante que lo vendió a la televisión argentina y en 2007 se produjo una serie infantil con guiones de Andrés. (La pasaba Canal Trece, a la mañana). En esa historia hay un malvado que se llama Das Pulgas. En la serie, a este personaje, al malo, lo interpreta Pablo Gelós.

Reinas Magas tuvo mucho éxito en muchos países del mundo y en 2008 llegó a la televisión española. Nina, mi hija, se vio todos los capítulos. Se rio y bailó con las protagonistas, pero también se asustó mucho con el malo malísimo de la historia, porque la interpretación de Pablo Gelós, en el papel de Das Pulgas, es tremenda.

Entonces, una noche, Nina se despertó a los gritos y fui a su habitación para calmarla. Me contó su pesadilla. Me dijo que ella estaba durmiendo y que entraba Das Pulgas a su cuarto, que se sentaba en su cama y la despertaba. Me dijo que ella quería gritar y no podía, porque Das Pulgas le tapaba la boca con una mano.

Mientras yo la escuchaba, tragué saliva y me puse pálido, pero creo que ella no se dio cuenta de nada. En un segundo se me representó la revancha de Pablo Gelós. Tranquilicé a Nina y le dije que volviera a dormir. Ella me dijo que no con la cabeza, me dijo que tenía miedo de quedarse sola y dormida, porque Das Pulgas podía aparecer otra vez.

La miré a los ojos y le dije, con absoluta seguridad, que eso no iba a pasar.

—¿Por qué? —me preguntó.

Y yo le dije:

—Porque no te está buscando a vos, me está buscando a mí.

Hernán Casciari