La tarántula (*)
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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Estamos en 1980, tengo nueve años y soy adicto a las figuritas del Reino Animal. Cada billete que llega a mis manos, cada moneda, voy y compro paquetes de cinco figuritas. Los abro con nervios porque me falta solamente una, la sesenta y cuatro: la tarántula.

Tengo todo el álbum de figuritas lleno, menos la tarántula. En la vida de todos los días cambio mis costumbres: de golpe y porrazo quiero ir a hacer los mandados siempre yo para quedarme con el cambio. Olfateo la presencia de la plata.

Un fin de semana por medio vamos a San Isidro a visitar a mis abuelos ricos. A mí me encanta ir a San Isidro porque mi abuelo rico me da plata, pero no me da la plata común que existe en Mercedes: me da billetes que acá no hay, me da billetes rojos, por ejemplo, que son la figurita difícil de mi papá. Con un billete marrón te comprás cuatro paquetes de figuritas, pero con un verde te comprás veinte paquetes, es decir: cien figuritas. Mi sueño es tener un rojo (que es un millón de pesos) y gastármelo de golpe en cuarenta paquetes. Pienso que si te comprás doscientas figuritas te tiene que aparecer la tarántula por lo menos cuatro veces.

Y esa tarde mi abuelo me regala un rojo. Cuando volvemos de San Isidro, yo vengo en el auto apretando el billete rojo que me dio mi abuelo rico.

Al otro día respiro hondo y me gasto el billete entero en figuritas. El quiosquero Pisoni no puede creer lo que estoy haciendo cuando voy y le compro todos, todos esos paquetes de figuritas. El quiosquero Pisoni se está construyendo la pieza de arriba gracias a mí.

Por el camino voy abriendo los paquetes y voy diciendo en voz baja: «A esta la tengo, la tengo, la tengo, la tengo…». Me dejo tres paquetes sin abrir para después de comer; y de esa manera sigo teniendo algo por lo que vivir. Ceno sin pensar, sin disfrutar, sin levantar los ojos del plato. Me preguntan: «¿Qué te pasa?». No respondo.

Antes del postre me voy a la pieza y abro los paquetes que me faltan: la jirafa puta aparece siempre, también sale la boa. La figurita que más odio de todas es el ciempiés, porque cuando lo vas sacando de a poquito, cuando lo vas orejeando, te da la sensación óptica de que es la tarántula, entonces el corazón te empieza a galopar y enseguida sale entera y decís: «¡La concha del ciempiés, cuarenta veces la tengo al ciempiés!».

A la mañana del otro día, mi mamá me pregunta qué pienso hacer con la plata que me dio mi abuelo Marcos.

—¿Qué te parece si te compramos unas zapatillas? —me dice—. Porque las que tenés ya caminan solas.

Yo le digo que me parece bien, pero que la plata me la gasté en figuritas y mi mamá se pone a llorar. Siempre llora cuando menos te lo esperás. También te pega cuando menos te lo esperás. Cuando te pega es porque te mandaste una cagada normal, pero cuando directamente llora es porque te mandaste una cagada muy gigante.

—¡¿Cómo te vas a gastar un millón de pesos en figuritas, anormal?! —me dice llorando—. ¿Vos sabés cuánto gana tu padre?

Y entonces va a mi pieza y trae el álbum, que lo tengo casi lleno. Solamente me falta una. Lo trae, me mira, y empieza a hacer fuerza con el álbum para romperlo.

Es dificilísimo romper un álbum de figuritas, porque está lleno de plasticola, pero ella hace fuerza, se le pone la vena toda violeta. Me mira y yo la miro. Y les juro que en la mirada de mi vieja hay placer.

Y parte el álbum en dos. Y a esas dos partes las rompe en cuatro. Y llora. Nunca se sabe por qué llora ella cuando el que sufre sos vos. Y después de llorar busca algo flexible para fajarte, y ahí lo mejor es que te escondas, porque Chichita no te pega despacio, te pega como una loca. Y va repitiendo la misma frase mientras te pega:

—¡¿Vos sabés…

Zácate.

—… cuánto gana…

Zácate.

—… tu padre?!

Así te pega mi vieja, y repite el ritmo. Sujeto: chancletazo. Predicado: sopapo. Objeto directo: chancletazo… y no te queda otra más que hacerte chiquito y esperar que se acabe la bronca, o esperar que por fin aparezca la tarántula, o que se termine la infancia para siempre.

Hernán Casciari