Pero como estamos entre amigos, hoy quisiera exponer, por primera vez, mi teoría de los guiños.
Hace unos años vino a verme a Barcelona la dueña de una editorial vasca para proponerme un proyecto. Nos encontramos en un café de Las Ramblas medio a la tardecita noche, pedimos cervezas y yo me dediqué a escuchar la propuesta.
Esta editora resultó ser una mujer muy simpática, hiperactiva, llena de ideas brillantes, que me cayó muy bien; la propuesta era escribir un libro policial y me pareció un gran desafío personal, me pareció una labor muy estimulante.
Sin embargo, al final de la charla, cuando llegó la hora de pagar las cervezas, yo descubrí que me habían robado el bolso con todo lo que había dentro. Las tarjetas, la plata, las llaves de mi casa, el teléfono, un par de libros… no era mucho, pero era todo.
La editora vasca me acompañó a la Policía para hacer la denuncia, me dejó usar su propio teléfono para cancelar las tarjetas y se portó como una gran amiga durante toda la burocracia que hay que hacer cuando nos roban, que a veces es incluso peor que el robo mismo.
Nos despedimos, la mujer y yo, en la puerta de la comisaría. Ella se fue para su hotel y yo para mi casa, completamente desvalijado. Dijimos que seguiríamos conversando por teléfono, para coordinar los tiempos del nuevo libro, los pasos a seguir.
Pero cuando me quedé solo, yo supe que no tenía que escribir ese libro. Y no lo hice. Nunca más la llamé.
La Teoría de los Guiños funciona, por lo general, cuando la vida nos brinda una posibilidad, o nos ofrece un riesgo, o nos da la opción de cambiar de carril. Es decir, cuando empieza a desarrollarse una esperanza.
En ese momento (¡me parece a mí, eh!), en ese momento el mundo que nos rodea se pone alerta y empieza a emitir gestos de complicidad, en clave, señales sutiles, a veces irónicas, para alentarnos o para persuadirnos de seguir adelante con ese proyecto.
Los primeros años que viví en Buenos Aires (después de la secundaria), mientras yo buscaba trabajo, yo le prestaba mucha atención al viaje entre mi casa y el lugar donde iba a ocurrir la entrevista laboral.
Si las puertas del subte se abrían exactamente donde yo me había parado… eso quería decir que el trabajo me iba a encontrar bien predispuesto, eso era un guiño, era un buen presagio laboral. Si elegía ir en taxi y tardaba mucho en pasar uno, era una mala señal. Si durante el camino me cruzaba a un conocido que me caía bien, buena señal. Si el conocido era un pesado, mala señal. Finalmente, yo aceptaba o no el puesto de trabajo según lo que me hubiera pasado en la calle. Siempre creí que la vida está grabada en los surcos de un long play, y uno es la púa ciega que rasguña el vinilo. Lo difícil no es que suene la música —siempre suena una música—, sino dar con el surco que a cada uno le corresponde.
Y la vida tiene sentido solamente cuando estamos parados en el surco del disco que tiene que ver con nosotros. Y no siempre pasa. Las pequeñas desgracias cotidianas son producto de una mala decisión anterior, tan anterior que nos resulta imposible relacionar una cosa con la otra.
Los guiños son complicidades del destino; son señas de truco que nos alertan justo en los momentos de cambio hacia una expectativa nueva.
—¿Es este riesgo un riesgo tuyo? —parece preguntar el destino, con un gesto mínimo—. ¿Realmente deberías dar este giro, firmar ese papel, seguir tan lejos a esa mujer, tener ese hijo ahora, escribir esa novela, mudarte de casa; justo ahora? ¿De verdad serás feliz en esa casa, o con ese hijo, o con esa mujer, o en ese proyecto? ¿Es ese el surco del disco en el que van a sonar las mejores canciones de tu vida?