«La cucaracha», de Javier Villafañe
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Pausa

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Había una vez un hombre que vivía solo. Trabaja­ba desde las seis de la mañana hasta la medianoche. Cuando terminaba de trabajar salía del diario, cami­naba unas cuadras, comía en un restaurante y después iba a un bar a tomar cerveza. Al amanecer regresaba a su casa. Su casa era un departamento pequeño que no tenía ni un solo mueble; no tenía ni cama, ni una silla donde sentarse. Había unos clavos en la pared donde colgaba el saco, el pantalón y la camisa. Dormía en el suelo. En invierno o cuando hacía frío se envolvía en una frazada. 

Le gustaba tomar cerveza. Tomaba cerveza todo el día: a la mañana, a la tarde, a la noche. Siempre llegaba a su casa con dos o tres botellas de cerveza del kiosco. 

Una madrugada, cuando se acostó en el suelo para dormir, vio una cucaracha que salía de un agujero del zócalo. La vio caminar, la vio detenerse y después la vio acostarse cerca de su cabeza. 

Esto pasó varias veces. Una vez, cuando la cuca­racha salía del agujero del zócalo, agarró la tapita de una botella de cerveza y la puso al lado de la cucara­cha. Ella se subió a la tapa y se acostó ahí. 

Al día siguiente el hombre llegó más temprano a su casa. Traía un poco de algodón: lo desmenuzó e hizo un colchón en la tapita de la botella, para que la cucaracha durmiera mejor. 

El hombre se acostó como siempre, en el suelo. Esa noche vio salir a la cucaracha del agujero del zócalo. La vio caminar y acostarse en la cama que le había hecho en la tapa de la botella de cerveza. 

Al otro día el hombre salió del trabajo silbando por la calle. Estaba muy contento. Llegó al restaurante donde cenaba solo todos las noches, comió, y después fue al bar a tomar cerveza. En el bar se encontró con un amigo y le dijo: 

»Ya no estoy solo. Cuando me acuesto, una cucara­cha sale de un agujero del zócalo y se viene a dormir a mi lado». 

El amigo se rió: «¿Cómo sabés que es la misma cucaracha? Tu casa debe estar llena de cucarachas», le preguntó. «No, la conozco. Es la misma cucaracha», respondió el hombre. 

«¿Y serías capaz de hacer una prueba?», le dijo el amigo. «Sí. ¿Qué hago?», contestó el hombre y en­tonces el amigo le respondió: «Es muy fácil lo que te voy a decir, escuchá bien: le arrancás una pata a la cucaracha. La dejás renga. Y si al día siguiente ves a una cucaracha renga que viene a dormir a tu lado, entonces es la misma cucaracha». 

Esa noche el hombre llegó a su casa. Se desvistió. Colgó en los clavos el saco, el pantalón y la camisa. Se acostó. La cucaracha salió del agujero del zócalo. Ca­minó y cuando iba a subir a la cama para acostarse, el hombre agarró a la cucaracha con el pulgar y el índice de la mano izquierda, y con el pulgar y el índice de la mano derecha le quebró una pata y se la arrancó. Tiró la pata y puso a la cucaracha en su cama. 

La cucaracha durmió, pero el hombre no pudo dormir. Vio el sol subiendo por la ventana, la luz de la mañana clareando el departamento. Él, tendido en el suelo, y la cucaracha al lado de él, dormida. Des­pués la vio despertar. La cucaracha bajó de la cama, cruzó rengueando la habitación y se metió en el agu­jero del zócalo. 

El hombre se levantó, se vistió y fue a trabajar bien temprano. Por la noche, como siempre, fue al restau­rante y cenó. Después fue al bar y tomó mucha más cerveza que de costumbre. Llegó a su casa, se acostó y vio salir a una cucaracha renga del agujero del zócalo. La vio llegar, subir y acostarse en la cama de algodón que él le había hecho. 

«Es la misma. Yo sabía que no estaba solo», se dijo el hombre. 

Pero no pudo dormir. Vio el sol, la mañana. Vio el momento exacto en el que se despertó la cucaracha. La vio caminar renga y meterse en el agujero del zócalo.

A la noche siguiente la cucaracha volvió. Llegó ca­minando lentamente y se acostó al lado del hombre, pero el hombre no podía dormir. Miraba dormir a la cucaracha. Estaba desnudo, sentado en el suelo. De pronto sintió el sol en los ojos, otra vez la mañana entrando en la habitación. 

La cucaracha se despertó. Bajó de la cama, casi arrastrándose, y se metió con cierta dificultad en el agujero del zócalo. 

Y no volvió nunca más.

Javier Villafañe
Una adaptación de Hernán Casciari