La culpa de todo la tienen los padres
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Más respeto que soy tu madre

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Antes de salir para la luna de miel, la Luchía me regaló la Novena Revelación, que es un libro de autoayuda que no toqué en todo el viaje, porque prefería juntar los pelos con el Zacarías. Pero ahora que estoy más tranquila en casa lo empecé a hojear y me quedé enganchada. El libro dice, así por arriba, que todo el mundo le chupa la energía a todo el mundo. 

Al principio me pareció medio un verso (cada vez que hablan de la energía a mí se me representa Nacha Guevara), pero al final descubrí muchas cosas sobre nosotros, los Bertotti.

El autor dice que hay nomás cuatro clases de personas, y no tienen nada que ver con judíos, cristianos, samaritanos y esas boludeces. Esas personas vendrían a ser: 

Los Intimidadores: son los que te chupan la energía a los gritos, cagándote a palos o haciéndose los locos para asustarte. Por ejemplo, Pinochet, Mister T, el Nonno, el Increíble Hulk, Juan Carlos Mareco y la vieja Monforte.

Los Interrogadores: son los que te vuelven estúpida a preguntas y se pasan la vida vigilando lo que hacés y lo que no hacés. Por ejemplo, Oriana Falacci, el carnicero Pertossi, Sherlock Holmes y Bety la que pregunta cosas los viernes.

Los Distantes: son los que te hinchan los quinotos haciéndose los desentendidos, no dándote pelota y poniendo cara de pavos. Por ejemplo Clarens el león de Daktari, el Nacho, Federico Luppi, Isabel Pantoja, Jesucristo y Beto César.

Los Pobre de mí: son los que te escorchan quejándose por nada, haciéndose las víctimas y llorando por los rincones. Por ejemplo, De la Rúa, el Caio, Gandhi, Ricardo Bauleo, Daniela Cardone y la Chilindrina.

Yo me puse a pensar mientras leía, y —por lo menos acá en mi familia— las cuentas cierran redondamente. Pero la cosa no termina ahí: el señor del libro dice que cada uno viene con alguna de estas taras de fábrica. Y que la culpa es de uno de nuestros padres (se conoce que del que más nos rompía las bolas en la infancia).

El asunto es que uno de tus padres, cuando sos chiquito, te chupa la energía —con perdón— usando una de esas cuatro técnicas. Entonces vos te empezás a defender usando otra, y te queda para toda la vida. Para cada mecanismo chupador de energía hay otro que lo tapona. Por ejemplo:

Padre Intimidador, hijo Pobre de mí: es decir que si tu viejo te perseguía con el escobillón cuando eras chiquito, hoy en día vas a los programas de la tarde a contar todos tus dramas y enloquecés a la gente haciéndote la víctima.

Padre Interrogador, hijo Distante: si tu vieja te enloquecía a preguntas, te vigilaba y te preguntaba la hora cada diez minutos, ahora te quedó el tic de encerrarte en una nube de pedos y te hacés el misterioso. 

Padre Pobre de mí, hijo Intimidador: si tu mamá se pasó tu infancia llorando por los rincones, lo más probable es que te guste matar gatos o pegarle a tu esposa o ser guardaespaldas o algo así.

Padre Distante, hijo Interrogador: es decir que si tu viejo se fue de viaje cuando tenías tres años y volvió cuando tenías quince, ahora te pasás la vida haciéndole preguntas a todo el mundo y queriendo saber adónde van y cuándo vuelven.

Con todos esos datos, anoche me quedé hasta tarde y armé el árbol patológico de los Bertotti. ¡Y me caí de culo, porque todo encaja lo más bien!

Les cuento esto porque lo más probable es que ustedes, corazones, no tengan la menor idea de por qué son como son, y parece que ahora queda todo más claro, gracias a las ciencias exactas de los libros de autoayuda, que además se consiguen por veinte pesos en los supermercados grandes.

Así que ya saben: toda la culpa de que seamos unos desequilibrados de la cabeza la tienen los padres, y la mejor manera de solucionarlo es enloqueciendo a los hijos, despacito pero con ganas. Así que manos a la obra, porque por el momento chupar la energía no es delito.

Mirta G. de Bertotti
(Personaje de una novela de H. Casciari)