La desidia
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Seis meses haciéndome el loco

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Los días aquí dentro son muy parecidos. No idénticos como las trillizas de oro, sino similares, como Penélope y Mónica Cruz. Algunos son más largos que otros, o más lentos, o más claros; pero al finalizar la semana no los puedes distinguir del todo. ¿El día que he estado constipado ha sido el martes o el jueves? ¿La tarde del lunes fue cuando lloré, o la del viernes? Los días, cuando estás encerrado, comparten el mismo ADN. La cadena genética de los días está compuesta por un treinta por ciento de aburrimiento y un setenta por ciento de agua (o coca cola, es lo mismo). 

Pero hay algo peor que el aburrimiento. Algo mucho más pesado y tumultuoso, que te corroe el cerebro sin remedio y te deja tirado en la cama con la mente en blanco, y no puedes hacer nada bueno de tu día. Se llama «la desidia».

Si el aburrimiento fuera una persona, la desidia sería una muchedumbre enfadada. Si la desgana fuera un resfriado, la desidia sería un tumor maligno. Si la pereza fuera una pera, la desidia sería una sandía. (La cacofonía ha sido voluntaria). 

Cuando, como ahora, estoy sumido en la desidia, no sé qué hacer con mis días. Lo primero que se me ocurre para mitigar este sentimiento de vacío es arreglar cosas, costumbre que me viene de mi padre. Pero aquí en el hospital no hay mucho para arreglar y siempre acabo haciendo el tonto con la llave inglesa y lo primero que encuentro a mano. 

Más tarde, cansado de nada, me voy a dormir. Aunque no es dormir exactamente, sino meterse bajo las mantas a pensar. El pensamiento, cuando está teñido de desidia, es un pensamiento muy melancólico. Las sábanas comienzan a pesar sobre el cuerpo, las ideas comienzan a estar húmedas y huelen, entonces tienes que salir de la cama. 

La desidia está en todas partes: en el patio, en la comida, en la conversación de mi amigo el Gelatinas, en el despacho del doctorcito V., en las fotos viejas, en los dedos. La desidia es empalagosa, es como la miel o como el betún. Es como lustrarse los zapatos con miel. 

Diez consejos para acabar con la desidia

Uno. Si tienes muchos deseos de irte a la cama para no hacer nada, hazlo en una cama en la que nunca hayas dormido (yo elijo la del Viejo Ignasi, que está llena de pulgas).

Dos. Si no te crees con fuerzas para hacer nada creativo, trata de recordar los diferentes peinados de tu madre. 

Tres. Ponte a oscuras en una habitación y grítale cosas e insultos a un juez de raya imaginario. (No le arrojes monedas). 

Cuatro. Coge un libro, no importa cuál, y subraya en él todas las palabras esdrújulas hasta que encuentres la palabra «médico». Si acabas el libro y no está, sigue con otro. No vale usar libros de medicina. 

Cinco. Mantén la respiración hasta que se te ocurra un chiste que te haga reír. Si no lo consigues, muere asfixiado por causas naturales. 

Seis. Consigue una cucaracha. Ponle un nombre bonito (por ejemplo, Elena). Intenta seducirla contándole mentiras heroicas sobre ti. Cuando ella esté a punto de caer en tus redes, písala. 

Siete. Busca otra cucaracha y dile que eres viudo. Háblale de Elena con melancolía. 

Ocho. Busca tu número de DNI, ponle un seis por delante y llama a ese número de móvil (como aconseja la publicidad). Dile a quien te atienda que le harás juicio por plagio. 

Nueve. Despliega todos los pañuelos de una caja de Kleenex, desdoblándolos uno por uno, y pégalos con celo hasta que consigas una sábana de ciento veinte metros cuadrados. Cobíjate en ella y llora. 

Diez. Escribe comentarios en un blog.

Xavi L.
(Personaje de una novela de H. Casciari)