La doble llave mortal
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Más respeto que soy tu madre

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Cuando todavía el Nachito era hijo único el Zacarías me pegaba. Una vez me cruzó la espalda con una tira de asado congelada y casi me descoloca la columna. Yo no sabía qué hacer porque me daba vergüenza y no se lo contaba a nadie, hasta que un día mi mamá me vio la marca del costillar en la espalda y se dio cuenta de todo. 

«Estas costillas no son tuyas», me acuerdo que me dijo. Y le tuve que contar la verdad. Entonces mi pobre madre (que en paz descanse) me confesó que ella y papá habían solucionado el problema muchos años atrás. «¿Papá te pegaba?», me acuerdo que me sorprendí yo. Y ella me dijo:

—¡No, nena, si tu padre era un santo! ¡Yo a él!

—Me parecía… ¿Y cómo lo solucionaron?

—Un día me hizo la doble llave mortal y le empecé a tener respeto…

—¿Papá sabía karate?

—¡Mirta, no seas boluda! Tu padre no sabía absolutamente nada de nada… Leyó en una revista que la gente que le pega a su pareja le tiene miedo a la oscuridad.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Que la solución es encerrarlos con llave en una habitación y cortar la llave de la luz. Por eso se llama así: la doble llave mortal.

—Mirá vos qué plato…

—Hay que dejar encerrada a la pareja dos días, sin comida ni nada. Después salen mansitos para toda la vida. Él me hizo eso y no le pegué nunca más. No sabés qué horrible que es la doble llave mortal, nena…

Me acuerdo como si fuera hoy cuando le practiqué al Zacarías la doble llave mortal: me tuve que ir de casa porque no podía soportar los aullidos de mi marido. Parecía un cachorro de boludo como gritaba… A las cuarenta y ocho horas lo saqué, y no solamente que no me pegó más sino que estaba más delgado, así que doble premio para la Mirta. En esa época yo lo odiaba bastante al pobre, pero con el tiempo se me fue pasando. Ahora ya corrió mucha agua por abajo del puente… Y para serles sincera no es que haya dejado de odiarlo, pero la costumbre, la dejadez y eso de tener que ver al otro todos los días (que pasáme la sal, que no me quités la sábana, que ojo que el mate está muy caliente) hacen que una se vaya olvidando de odiar… Olvidarse de odiar no es bueno; no es lo mismo que perdonar. Dios te levanta la multa cuando perdonás, pero cuando te olvidás de odiar te castiga doble: primero por haber odiado (que se llama la Ira) y después por haberte olvidado (que se llama la Pereza). Así que ni siquiera ganás puntos, dijera el Caio.

Mirta G. de Bertotti
(Personaje de una novela de H. Casciari)