El comisario le explicó a Takeshi: «Si no le traemos a su esposa y su hijo, Ogoro va a matar a tu familia».
¡Tráiganlos!», gritó Takeshi.
«Se los trajimos, pero la señora y el nene no lo quieren ni ver».
Atónito, Takeshi se aflojó su corbata y pidió que lo llevaran con la mujer de Ogoro: tenía que convencerla de volver con su marido. La policía aceptó y un oficial llevó a Takeshi hasta la casa de la señora. Pero una vez ahí, Takeshi supo que su misión sería difícil. La mujer se negó a los gritos.
Entonces Takeshi hizo algo desesperado: le dio un palazo al oficial que los acompañaba y lo desmayó de un golpe. Le quitó el arma. Y lo arrastró al jardín trasero. Después se encerró con la mujer y el niño, y les apuntó.
«Está bien», dijo ella, llorando, «voy con Ogoro, ¡pero no nos lastime!».
«¿Así que ahora querés ir?», le dijo Takeshi, indignado. «¿Por qué no me hiciste caso antes? Ahora es tarde. Si se escapan, los mato».
La esposa de Ogoro se desmayó del susto.
Y el nene se hizo pis del pánico. Entonces sonó el teléfono: era el comisario, preguntándole a Takeshi si era cierto que él había golpeado a su oficial. Takeshi dijo que sí.
«Pero hombre», dijo el comisario, «¡se está convirtiendo en un delincuente!».
Takeshi dijo: «Así como hay policías que se convierten en ladrones, hay gente buena que se violenta. Yo elijo la violencia para salvar a mi familia», terminó Takeshi. Y pidió que lo conectaran con Ogoro. Cuando habló con él, fue claro: «Si salís de mi casa, te entregás a la policía y no le tocás un pelo a mi familia, yo no le hago nada a la tuya».
Pero Ogoro contestó, furioso: «¡No puedo hacer eso! Si me entrego no los voy a ver, ¡y yo me fugué para verlos!».
«Me importa un carajo», dijo Takeshi. «Tenés hasta mañana para irte de mi casa. Si no lo hacés, violo a tu esposa y le arranco un dedo a tu hijo».
Takeshi cortó.
Esa noche, Ogoro y Takeshi hicieron cocinar a las mujeres, y después cenaron y vieron las noticias en familia. Pero al momento de dormir, Takeshi pensó que en condiciones normales él habría hecho el amor con su esposa, y se abalanzó sobre la mujer de Ogoro. La sola posibilidad de que en la otra casa pasara lo mismo, y estuvieran violando a su esposa, no lo perturbó, es más: pareció excitarlo.
Al día siguiente, Takeshi siguió con su promesa: le cortó un dedo al nene y se lo mandó a Ogoro a través de un policía. Después se sentó a ver las noticias, y no se sorprendió cuando unas horas después le llegó el dedo de su hijo.
Furioso, Takeshi volvió a violar a la esposa de Ogoro y le sacó otro dedo al hijo, que ya en la segunda amputación dejó de gritar y empezó a desvanecerse por la hemorragia. Algo parecido imaginó que pasaría en su casa: por cada dedo que recibía, Ogoro mandaba un dedo de regreso.
Hasta que los dedos se terminaron, el hijio de Ogoro murió desangrado, y Takeshi decidió amputarle un dedo a la mujer, aún a sabiendas de que su esposa estaría en la misma situación. El intercambio de dedos siguió, hasta que ambas mujeres terminaron muriendo.
En las casas solo quedaban Takeshi y Ogoro, cada vez más solos, sin siquiera la mirada de la policía o los medios: los noticieros empezaron a olvidarlos y la policía decidió dejarlos morir de hambre. Debilitado, solo y sin fuerzas, entonces, Takeshi llamó a Ogoro y le dijo:
«Lo próximo que voy a hacer es cortarme el meñique. A ver, de nosotros dos, quién gana».