«La ley del talión», de Yasutaka Tsutsui
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Pausa

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100 covers de cuentos clásicos

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Takeshi volvía del trabajo cuando vio que la poli­cía rodeaba su casa. Un delincuente recién fugado de la cárcel se había atrincherado ahí dentro y tenía a su mujer y a su hijito de rehenes. El criminal —le expli­có la policía a Takeshi— se llamaba Ogoro y estaba como loco porque, mientras estaba preso, supo que su mujer se casaría con otro, y se escapó para verla. La policía le tendió una emboscada para atraparlo y Ogoro, al verse rodeado, se metió en una casa cual­quiera y tomó a la familia de rehén. 

El comisario le explicó a Takeshi: «Si no le traemos a su esposa y su hijo, Ogoro va a matar a tu familia». 

¡Tráiganlos!», gritó Takeshi. 

«Se los trajimos, pero la señora y el nene no lo quieren ni ver».

Atónito, Takeshi se aflojó su corbata y pidió que lo llevaran con la mujer de Ogoro: tenía que conven­cerla de volver con su marido. La policía aceptó y un oficial llevó a Takeshi hasta la casa de la señora. Pero una vez ahí, Takeshi supo que su misión sería difícil. La mujer se negó a los gritos. 

Entonces Takeshi hizo algo desesperado: le dio un palazo al oficial que los acompañaba y lo desmayó de un golpe. Le quitó el arma. Y lo arrastró al jardín trasero. Después se encerró con la mujer y el niño, y les apuntó. 

«Está bien», dijo ella, llorando, «voy con Ogoro, ¡pero no nos lastime!». 

«¿Así que ahora querés ir?», le dijo Takeshi, indig­nado. «¿Por qué no me hiciste caso antes? Ahora es tarde. Si se escapan, los mato». 

La esposa de Ogoro se desmayó del susto. 

Y el nene se hizo pis del pánico. Entonces sonó el teléfono: era el comisario, preguntándole a Takeshi si era cierto que él había golpeado a su oficial. Takeshi dijo que sí. 

«Pero hombre», dijo el comisario, «¡se está convir­tiendo en un delincuente!». 

Takeshi dijo: «Así como hay policías que se con­vierten en ladrones, hay gente buena que se violenta. Yo elijo la violencia para salvar a mi familia», termi­nó Takeshi. Y pidió que lo conectaran con Ogoro. Cuando habló con él, fue claro: «Si salís de mi casa, te entregás a la policía y no le tocás un pelo a mi familia, yo no le hago nada a la tuya».

Pero Ogoro contestó, furioso: «¡No puedo hacer eso! Si me entrego no los voy a ver, ¡y yo me fugué para verlos!». 

«Me importa un carajo», dijo Takeshi. «Tenés has­ta mañana para irte de mi casa. Si no lo hacés, violo a tu esposa y le arranco un dedo a tu hijo». 

Takeshi cortó. 

Esa noche, Ogoro y Takeshi hicieron cocinar a las mujeres, y después cenaron y vieron las noticias en familia. Pero al momento de dormir, Takeshi pensó que en condiciones normales él habría hecho el amor con su esposa, y se abalanzó sobre la mujer de Ogoro. La sola posibilidad de que en la otra casa pasara lo mismo, y estuvieran violando a su esposa, no lo per­turbó, es más: pareció excitarlo. 

Al día siguiente, Takeshi siguió con su promesa: le cortó un dedo al nene y se lo mandó a Ogoro a través de un policía. Después se sentó a ver las noticias, y no se sorprendió cuando unas horas después le llegó el dedo de su hijo. 

Furioso, Takeshi volvió a violar a la esposa de Ogo­ro y le sacó otro dedo al hijo, que ya en la segunda amputación dejó de gritar y empezó a desvanecerse por la hemorragia. Algo parecido imaginó que pa­saría en su casa: por cada dedo que recibía, Ogoro mandaba un dedo de regreso. 

Hasta que los dedos se terminaron, el hijio de Ogoro murió desangrado, y Takeshi decidió ampu­tarle un dedo a la mujer, aún a sabiendas de que su esposa estaría en la misma situación. El intercambio de dedos siguió, hasta que ambas mujeres terminaron muriendo. 

En las casas solo quedaban Takeshi y Ogoro, cada vez más solos, sin siquiera la mirada de la policía o los medios: los noticieros empezaron a olvidarlos y la policía decidió dejarlos morir de hambre. Debilitado, solo y sin fuerzas, entonces, Takeshi llamó a Ogoro y le dijo: 

«Lo próximo que voy a hacer es cortarme el meñi­que. A ver, de nosotros dos, quién gana».

Yasutaka Tsutsui
Una adaptación de Hernán Casciari