El hijo de ambos, Ernestito White, trabajaba en una fábrica a unos kilómetros de la casa.
Un día, un antiguo compañero del viejo White lo llamó para avisarle que iba a pasar cerca de su casa y que, si quería, podía visitarlo. El amigo era militar: el coronel Morris. Morris había tenido un gran ascenso social y económico en los últimos años, y el viejo White lo admiraba. Le parecía un honor recibirlo en su casa.
La noche de la visita del coronel Morris comieron, bebieron, y ya para la sobremesa el coronel les relató historias de sus viajes por el mundo. En medio de una de esas historias, el coronel Morris sacó de su bolso una pata de mono momificada. Les contó que un viejo faquir le había dado poderes mágicos a esa pata de mono, y que era capaz de cumplirle un deseo a tres personas diferentes. La primera persona había pedido un deseo que se cumplió, pero no quiso tener más la pata en su poder.
«¿Usted es la segunda persona en tenerla?», preguntó el joven Ernestito White.
«Sí», respondió el coronel Morris.
«¿Y por qué no pide su deseo?», preguntó el viejo White.
«Ya lo hice», respondió Morris.
«¿Y se cumplió?», preguntó la señora White.
Morris miró la pata de mono y respondió que sí, pero con tristeza.
El viejo White quiso saber más, pero el coronel Morris se quedó en silencio. Más tarde, con dos whiskies encima, quiso tirar la pata de mono al fuego de la chimenea. Ernestito le suplicó que no lo hiciera, y el viejo White le dijo al coronel que si él no quería tenerla, ellos la podían guardar. El coronel Morris dudó un poco, pero al final les entregó la pata de mono.
La noche terminó sin problemas.
Antes de irse, el coronel Morris le recomendó al viejo White que tirara la pata de mono al fuego. Pero que si llegaba a pedir un deseo, que pidiera algo razonable. «Esa pata ya ha causado demasiadas desgracias», fueron las últimas palabras del coronel antes de despedirse.
Cuando el viejo White volvió a entrar a la casa y le contó a su familia lo que le había dicho el coronel, Ernestito defendió la idea de que deberían pedir un deseo, solo para probar.
«¿No estaría bueno anular la hipoteca, papá? ¿Cuánta plata es?».
«Medio millón», contestó la vieja.
El viejo White lo pensó un momento. Después alzó la pata de mono y dijo: «Deseo tener medio millón». Los tres se quedaron en silencio un rato, pero no pasó nada.
Al viejo White le pareció ver la pata moverse en su mano, pero no se lo dijo a nadie.
A la mañana siguiente Ernestito se fue al trabajo y los White pasaron el día como de costumbre. Cuando llegó la noche se comenzaron a preocupar, porque Ernestito no volvió a la hora de siempre, y era muy puntual para la cena.
Pasadas las diez de la noche un auto desconocido estacionó en la casa.
Un hombre de traje golpeó a su puerta.
Cuando le abrieron, el hombre dijo ser el representante legal de la fábrica en la que trabajaba su hijo. Durante el transcurso de la jornada laboral había ocurrido un accidente, y una de las máquinas de la fábrica había caído encima de Ernesto, causándole la muerte.
Para contrarrestar la posibilidad de una demanda, la empresa quería ofrecerle a la familia una suma de dinero para llegar a un acuerdo.
«¿Dinero? ¡Malnacidos!», gritó la vieja White, llorando. «¡Cuánto dinero creen que vale la vida de mi hijo!».
El abogado respondió:
«Podemos estar hablando, señora, de quinientos mil».