«La perla», de Yukio Mishima
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Pausa

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100 covers de cuentos clásicos

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El día de su cumpleaños, la señora Sasaki preparó un té con torta para sus cuatro amigas más cercanas y se arregló de un modo discreto, poniéndose como único adorno un anillo con una perla. 

Sin embargo, antes de que llegaran las chicas, justo cuando estaba supervisando la torta, la perla del ani­llo se salió. Así que la apoyó en el borde de la fuen­te, pensando que después la guardaría, pero ni bien empezó la reunión se olvidó por completo de que la perla estaba al costado de la torta. 

Recién al comer la torta, cuando todas se tragaban las bolitas de azúcar de la decoración, Sasaki se acor­dó de la perla y la empezó a buscar, con la ayuda de sus amigas. Hasta que una de ellas, la señora Azuma, aburrida de la búsqueda, decidió mentir para salvar la fiesta: dijo que se había tragado la perla sin darse cuenta, y que había sentido algo raro en la garganta. Dicho eso, pasaron a otro tema. 

Cuando terminó el cumpleaños, Azuma —la que había mentido— se fue con su mejor amiga, la seño­ra Kasuga, y apenas pudo le dijo: «Fuiste vos, ¿no? Porque yo dije cualquier cosa para terminar con el tema». 

Kasuga la miró impávida. «Yo no me tragué nada», dijo. Pero en el fondo se quedó pensando si la perla no estaría en su intestino. 

Por su parte, las otras dos invitadas, que se vol­vían juntas en un mismo taxi, no hablaban de nada porque se llevaban mal. Hasta que una de ellas, la señora Matsumura, abrió su polvera para retocarse el maquillaje y vio que algo rodaba hacia el fondo de la cartera: era la perla. No lo podía creer. Tenía que devolverla cuanto antes así que puso una excusa y se bajó del taxi. La otra mujer, la señora Yamamoto, que había visto todo de reojo, sonrió en silencio: durante la reunión, ella —Yamamoto— había encontrado la perla en su plato y se la había puesto en la cartera a Matsumura, que le parecía una mujer desagradable. 

Mientras tanto, en la calle, Matsumura pensaba qué hacer. Si devolvía la perla, la cumpleañera —Sasaki— podía pensar que ella la había robado pero después se había arrepentido. Así que fue a una joyería, compró una perla más grande, y después volvió a la casa de Sasaki, que se puso la perla y, al ver que no calzaba en el anillo, supo que su amiga era la más buena del mundo: había mentido solo para liberar de culpa a Azuma (la que decía que se había tragado la perla). 

Mientras tanto la señora Kasuga, preocupada por la idea de tener la perla en su estómago —una idea que le metió Azuma, su supuesta «mejor amiga»—, decidió probar que ella no se la había comido. Así que también fue a una joyería y compró una perla parecida a una bolita de torta, y después se la llevó a Sasaki, argumentando que la había encontrado entre los pliegues de su vestido. 

A esa altura, Sasaki tenía ya dos perlas equivoca­das —la primera demasiado grande para su anillo, la segunda demasiado chica— y cuatro amigas que se miraban con recelo. 

Azuma sabía que en realidad no se había tragado la perla. Kasuga tenía pánico de habérsela tragado y de­testaba a Azuma, su ex mejor amiga, por haberle me­tido esa idea en la cabeza. Y Matsumura, que había encontrado la perla verdadera en su cartera, entendió que alguien se la había puesto a propósito y que la única capaz de eso era la detestable Yamamoto. Así que fue a su casa y se lo dijo. 

«Ahhhh…», respondió Yamamoto, fingiendo un llanto. «No pensé que me odiabas tanto… Tengo que decirte que no voy a dar nombres, pero una de las invitadas metió algo en tu bolso». 

Matsumura se quedó congelada: Yamamoto toda­vía tenía un alma y no había querido acusar a sus amigas. Además, en un acto sobreactuado, Yamamo­to agarró la perla y se la tragó, como si fuera veneno. Matsumura la miró con espantada fascinación: Yama­moto era una santa. Así que le tomó la mano, le pidió perdón, y ambas juraron ser amigas para siempre. 

Cuando se enteró de esto, la cumpleañera quedó alucinada. Las enemigas ahora eran carne y uña, y las dos amigas —Azuma y Kasuga— no querían ni ha­blarse. «El año que viene, mejor, festejo sola», pensó entonces Sasaki. Y después, repitiendo el sabor de la torta que le subía por la garganta, llamó a su joyero para que adaptara el anillo de modo que entraran, juntas, la perla grande y la perla chica.

Yukio Mishima
Una adaptación de Hernán Casciari