Con uñas largas calza 43, y cuando sufre mucho vuelve al 41. En la primera época de Menem, que estábamos todos con trabajo, llegó a calzar 45: parecía un payaso, chiquitito y con zapatones gigantes. Cuando vino De la Rúa y empezaron a echar gente de Plastivida había tanta tensión en casa que un día le tuve que comprar unos mocasines 39. Hoy me lo encontré en el baño cortándose las uñas con una tenaza, y me figuro que es porque piensa que el hijo mayor le salió de Boca Juniors. Le digo:
—No sufras, viejo, lo importante no es que sea de Boca o de Racing, sino que sea feliz…
—¡No me vengás con frases de esos libritos que leés vos, mujer! —me dice—. Preferiría mil veces que tuviera cáncer o que fuera sordo, ¿pero bostero? ¿Nuestro hijo mayor, el único que parecía normal? ¿Cómo lo miro a los ojos yo ahora? ¿Cómo salgo a la calle?
—No es para tanto —le digo, tanteando la situación—. Peor sería si fuera puto, ¿no cierto?
—¡La putez es una enfermedad, gorda! —me dice, sacando la lengua porque justo se estaba cortando la uña del dedo chiquito—. Puto se nace, cuando sos puto no hay tu tía: te gusta la poronga de chiquito y a la mierda… Pero ser bostero es una elección… ¡No me vas a comparar!
—¿Entonces preferirías que fuera puto, viejo?
—¿Bostero o puto? —me dice, y se queda pensando—. Son dos desgracias muy grandes… Es como si me dirías «¿mormón o testigo de Jehová?». Las dos cosas son una cagada. Además ya lo dice la canción sobre los bosteros: son todos bolivianos, son todos todos putos… Así que seguro es las dos cosas. ¡Lo único que falta es que ahora venga y nos diga que quiere ser boliviano!
—¡Ay, Zacarías, la boca se te haga a un lado! —digo yo, espantada—. ¡Con esas cosas no se juega!