Las viejas cartas de amor
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Más respeto que soy tu madre

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Acabo de bajar el baúl con toda la ropa del Nacho y del Caio de cuando eran recién nacidos, para ver si hay algo que le pueda servir a mi nietito. ¿Y vieron lo que pasa cuando una empieza a meter mano a los baúles viejos? Te encontrás con todo tu pasado.

 Y lo que es peor: con las cartas de amor de Zacarías. Cuando encontré la primera casi me da un patatús. Era de hace treinta y cuatro años, una carta hermosa. ¡Hasta en la letra me mentía el zaparrastroso!

11 de junio de 1970

Estimada Mirtita: La vi antiyer saliendo de La Favorita, presiosa como siempre. No vea lo que me late el corazon cuando usted pasa. Usted estaba junto con su amiga Carmen, que es conosida del barrio Union en que yo vivo. Y me e tomado el atrevimiento de preguntarle a ella su nombre (el de usted) y sus senias para dejarle esta carta. Quería saber si me hase la gauchada de venirse conmigo el sabado al Cine Argentino, que pasan «Viva la vida» interpretada por Ramón Ortega, y que es una cinta romántica como las que me gustan a mi. Yo soy un muchacho trabajador que se gana la vida en el taller mecanico que esta saliendo a ruta 5, quisas me tenga de vista. Un saludo de quien no decea importunarla,

Zacarias E. Bertotti.

Me acuerdo perfectamente de la tarde que recibí el sobre. Yo venía muy baqueteada por un amor no correspondido, y me emocioné toda cuando empecé a leer. ¡Qué pelotuda: ahora la releo y se nota a la legua que era todo verso! Pero en ese momento me acuerdo que metí la carta en una cajita de música y la leía, la leía, la leía…, y al mismo tiempo trataba de acordarme de todos los empleados del taller de chapa y pintura que estaba frente al regimiento.

Después la llamé a la Carmen, que era prima segunda mía, y le pedí más datos del muchacho este; me dijo solamente dos cosas: que era buen mozo («se parece un poco al Néstor Fabián», me falseó la mentirosa, «pero lleno de grasa de auto») y que no sea boluda. Que le diga que sí a la salida al cine y me dejara de escorchar suspirando por el Alberto, que era el chico del que yo estaba enamorada. Y le hice caso.

La segunda carta que encontré en el baúl es casi de un año después y me sacó enseguida de esos recuerdos iniciales. La letra del esquenún ya era más parecida a la verdadera (sería porque ya había conseguido llevarme a la cama la semana antes). Pero igual se lo notaba enamorado y triste, porque estaba corriendo carreras de regularidad y andaba por toda la provincia sin poder vernos:

07 de mayo de 1971

Pimpoyo: Bragado es como Mercedes pero más fea porque no estas vos. Cuento las horas que faltan para volber a mi casa y que estemos juntos y que me digas Zacacorcho, como me decias el domingo pasado. No puedo dejar de pensar en ese domingo, que fue el dia mas feliz de mi vida. Podria escribir los versos mas tristes esta noche pero estoy reventado de la carrera asi que mejor me voy a torrar. Un beso ahi y otro por alla para que no te olvides que sos mia. Te quiere, tu Terremoto. 

Posdata: regreso el día nueve: volcamos en Ayacucho y el torino fundió motor.

Él me decía Pimpollo, y yo le decía Terremoto. ¡Qué pelandrunes! Estuvimos tres años noviando. Nos casamos de apuro el diez de octubre del setenta y cuatro (creo que ya una vez les conté), pero desde que nació el Nacho el Zacarías no me escribió nunca más nada. Igual no había por qué, si ya estábamos viviendo bajo el mismo techo.

Pero a mí me gustaban mucho esas cartas del principio, llenas de faltas de ortografía, un poco salvajes, y con esa letra horrible. Esas cartas de una época en que los dos éramos otros, aunque tuviéramos los mismos nombres que ahora.

Será por esa sensación que me quedó de revisar el baúl, de acordarme de esos tiempos, que dejé para después la búsqueda de ropa para el nieto y me lo fui a buscar al comedor, sin importarme que estuviera mirando la Copa América.

—¿Cuánto falta para que termine? —le pregunto.

—Ya está. Dos minutos —me informa—. Qué lindo que es romperles el orto a los uruguayos. Es una sensación acá, en el bajovientre…

—¿Y después no querés que vayamos un rato a la cama, Terremoto? —le digo mirándolo a los ojos, con la voz más dulce que puedo poner.

El pavote se da vuelta, para ver si hay alguien atrás:

—¿Con quién hablás? —dice. —Con vos… Zacacorcho… El Zacarías me mira, yo les juro, con la cara de susto más grande que le vi nunca. Más tarde me confesó que creía que me había dado arteriosclerosis como al Nonno el mes pasado, que se me habían aflojado los tornillos. Me confesó que sintió miedo en serio, que no fue joda.

Pero cuando entendió (y tardó un buen rato) aquellos apodos de novios, se acordó todo de golpe. Yo no sé si el cuatro a dos contra Uruguay tuvo algo que ver, o si de verdad lo excitan los viejos sobrenombres que usábamos, pero hacía rato que no juntábamos los pelos con tanto ímpetu. Dios quiera que Bielsa siga teniendo suerte, pensaba yo, mientras mi héroe transpiraba la camiseta.

Pero ustedes ya saben: la felicidad con el Zacarías siempre es breve. Nunca dura mucho, por más que nos esmeremos.

Cuando terminamos de juntar los pelos se me pone serio, así como pensativo, prende un galaxy, me mira y me dice:

—¿Vos te das cuenta, gorda, que la próxima vez que hagamos esto vamos a ser dos abuelitos garchando? ¿No es un poco triste la vida del pobre?

Me quedé hecha un ovillo en la cama, con los ojos abiertos, pensando que sí, que lo dijo a lo bruto como todo lo que dice, pero que tiene razón el insensible. Dos abuelitos juntando los pelos: eso vamos a ser… Qué asquete.

Mirta G. de Bertotti
(Personaje de una novela de H. Casciari)