Los placeres del nieto
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Pausa

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Querido nieto, ojalá alguien te muestre esto cuando cumplas doce, trece años. Me hubiera gustado tener esta charla con un hijo varón, pero solamente tuve mujeres; una de ellas, tu madre. Así que hablo con vos. También me hubiera gustado conocerte, pero ya ves, los abuelos gordos y fumadores duramos poco. Además, las personas se conocen de verdad con la costumbre de los días. No tendremos —no vamos a tener— esa suerte. Yo no te voy a conocer.

Entre esas costumbres hay una, querido nieto, que ocurre más o menos a tu edad (los trece años). Tendrás un nuevo hábito que practicarás en el baño, en la ducha o muy tarde en la cama. No le preguntes a tu padre, porque seguramente tu padre será un nabo. Yo quiero hablarte de una herramienta muy útil, y muy poco valorada por los hombres mediocres como tu padre: la fantasía privada.

La imaginación privada masculina se desarrolla únicamente en dos contextos; uno, bajo el amparo de un hecho inconcluso del pasado, por ejemplo: «Qué hubiera pasado si yo me animaba a proponerle un trío a las mellizas Klein la noche que estaban borrachas al lado de la pileta; desarrollar la idea hasta acabar»; o dos, en la sospecha de un futuro improbable, por ejemplo: «Qué haría yo si la vecina del quinto me viene a pedir azafrán un sábado a las dos de la mañana, en camisón; explayarse en ese tema hasta acabar». No hay más recursos que esos dos, querido nieto.

Qué haría yo si… Qué hubiera pasado si… Esas cuatro palabras van a servirte como contraseña para todas las noches, desde la noche de hoy y para siempre. Ni tu padre, ni los chimpancés conocen este secreto. Ningún animal peludo sabe casi nada sobre la frustración, querido nieto.

¿Qué harías, nieto querido, si tu joven profesora suplente de francés, que te acaba de encontrar fumando solo en el baño, en vez de llevarte de una oreja a Dirección te pidiera un cigarro y se quedara ahí con vos?

¿Qué harías si, entre pitada y pitada, esta profesora suplente de francés te confesara que se separó hace tres meses y que extraña el calor de alguien en su cama? Y si después te dijera, por ejemplo, que parecés mayor de lo que sos y después te rozara al descuido una pierna, vos, querido nieto, ¿qué harías? Yo, que soy tu abuelo y que ya estoy muerto, hace muchos años fui un alumno estúpido y tembloroso.

La historia con la profesora de francés me pasó en la vida real, no en la fantasía; y me escapé del baño; corrí por el patio del colegio como un cobarde. No supe qué hacer…

Antes de ese día, mis noches eran irreales, de principio a fin, y con eso me bastaba. Pero desde esa tarde, solo en la cama o en la ducha, empecé a descubrir las infinitas variantes que me había ofrecido la profesora de francés. Ella me había abierto una puerta. El placer ahora me resultaba más doloroso, más humillante, pero su hallazgo inauguró un sinfín de mundos paralelos.

A veces yo la desnudaba en el baño del colegio, trabando la puerta con el talón del zapato. Otras veces iba a su casa a la noche siguiente, y ella me había dejado la ventana de su cuarto entreabierta. O nos escondíamos de todos en la oscuridad del salón de actos.

A veces, en mi fantasía, la chica del colegio que me gustaba nos veía desnudos y se ponía celosa. Otras veces se acercaba a nosotros y se nos unía.

Cada noche yo tenía un romance distinto con mi profesora de francés, querido nieto. Un romance que empezaba, siempre, con la conversación real en el baño y la caricia real en la pierna. Esa verdad le daba al resto de la fantasía un poder deslumbrante.

Cuando terminé los estudios seguí fantaseando con ella. Al casarme con tu abuela seguí fantaseando con ella. Todavía lo hago algunas noches, ahora que soy viejo: imagino el momento inicial del cigarrillo y la conversación que alguna vez ocurrió en ese baño, y después construyo las diferentes variaciones que pudieron ser y no fueron.

Quiero pedirte algo, querido nieto: quiero que pienses, durante tus primeras noches de placer solitario, en mi profesora de francés. Empezá imaginándote la escena por donde yo la dejé a tu edad: ella me mira, fuma despacio, me roza una pierna. Ella era hermosa, tenía algo de tristeza en los ojos. Después avanzá por donde quieras. Seguí tu propia fantasía. Acabá por mí… El desahogo masculino es un amor a destiempo, un romance nocturno que ocurre en épocas paralelas que no se cruzan. Se parece mucho a esta conversación remota, querido nieto, en la que yo le hablo al hombre que serás, y en la que vos me estás escuchando cuando ya estoy muerto.

Hernán Casciari