Los chicos crecen
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Más respeto que soy tu madre

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Anoche pasó una cosa rarísima. En realidad dos. La primera cosa rarísima es que me los encontré al Caio y a la Sofi tomando mate en la cocina y hablando. Ni se escupían, ni se rasguñaban, ni el Caio quería tocarle las tetas a la hermana, ni la Sofi lloraba, ni nada de lo de siempre. 

Sentados, con la ventana que da al patio abierta para que entrara fresco, tomando mate. Como seres humanos. La segunda cosa rarísima es que hablaban de política, o algo que ellos pensaban que era política; tenían un diario Clarín viejo abierto en la sección Internacionales, y hablaban bajito. Así que con el Zacarías nos quedamos escondidos en el pasillo oyéndolos, y cada tanto nos agarraban ataques de risa.

—¿Sabés cuál es el problema de Kirchner? —le decía el Caio a la hermana, con aire de superación.

—¿Los ojos? —adivina la Sofi.

—Además de los ojos.

—No.

—Que nadie sabe cómo se escribe Kirchner.

Ese es el problema. En el colegio que yo iba estaba el más boludo que se llama de apellido Amílcar Grawosky o algo así, y después estaba el que más cogía que se llamaba el Chileno Calesita. Y eran los dos igual de cara y tenían la poronga igual de grande, pero uno era más fácil para llamarlo. «Che Calesita vení a coger.» Al otro no lo llamaba nadie.

—Por eso acá siempre gana Perón —dice la Sofi, qué ternura de chica.

—Claaaaro —chupa el mate Caio—. Perón. Más fácil echále agua. Y por eso a Yrigoyen lo mataron, era más fácil matarlo que embocarle las «y» griegas. Lo mataron los periodistas.

—¿Cuándo lo mataron a Yrigoyen? —se sorprende la Sofi, abriendo los ojos como el dos de oro.

—Hace como mil años, ni habías nacido. Yo era pendejo.

—Alfonsín era fácil de escribir y sin embargo papá lo odia.

—Sí, Alfonsín es un caso sensacional —yo me imagino que el Caio quiso decir excepcional—, pero ojo que papá también es bastante sensacional. Zacarías, escondido, saca pecho. El pobre se piensa que el hijo lo admira o algo.

Dice la Sofi, señalando el diario: 

—Che, Clau, mirá cómo se llama el presidente de Polonia

—y le señala al Caio para que lea.

—¡Qué bestia! —dice el Caio mirando de cerca—. ¡Ni una vocal tiene el hijo de una gran puta! —A ése en cualquier momento lo matan, ¿no? —Ya lo deben haber matado —dice el Caio—. Ese Clarín es viejo. Por eso los yanquis son reprácticos: todos los presidentes se llaman Bush, que se escribe rapidísimo. Un día uno se llamaba Kennedy y le cascotearon el auto hasta que se terminó muriendo. Desde ahí son todos Bush.

—Y en España se llaman Juan Carlos, a secas —dice la Sofi—, y ya saben que el que viene se llama Felipe. Ni apellido les ponen en España a los presidentes.

—Eso tendríamos que hacer acá con Kirchner. Que se llame «el presidente Néstor». Y a la mierda.

Ellos siguieron. El Zacarías y yo nos fuimos a dormir en puntas de pie, contentos de ver cómo los chicos nos crecen tan pero tan sanitos. Quién iba a decir.

Mirta G. de Bertotti
(Personaje de una novela de H. Casciari)