Los pobres también veraneamos
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Más respeto que soy tu madre

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Para esta época empezamos a decidir a dónde vamos a decirles a los vecinos que nos vamos de vacaciones. Lo que hacemos en realidad es encerrarnos quince días en casa sin asomar la nariz a la puerta, pero igual hay que poner un lugar.

El año pasado dijimos que nos íbamos a Brasil, y cuando pasaron los quince días salimos de nuevo a la calle con camisetas hering y con bon-o-bon que habíamos comprado en el Coto. Le regalamos bon-o-bon a todo el barrio. Este año el Zacarías dice que podríamos decir que nos vamos a San Clemente, porque Brasil no está tan barato como el año pasado. «¿Y qué mierda te importa si no está barato si en realidad nos vamos a encerrar acá adentro?», dice el Caio, que siempre se queja a esta altura porque no le gusta encerrarse con nosotros para aparentar.

—Pero hay que ser coherente, Claudio —se queja el Zacarías—, además queda feo aparentar dos años lo mismo.

—Eso es verdad —digo yo—, una cosa es ser miserable y otra no tener imaginación.

—Más feo es mentir —aporta el Nacho.

—Más feo es ser puto —retruca el Zacarías, y así empieza la discusión.

El tema de fingir vacaciones antes era otra cosa, pero con la miseria generalizada se convirtió un poco en un hazmerreír. El año pasado nos despedimos de todo el mundo el dos de enero y nos fuimos a la terminal de ómnibus. Volvimos bien de noche, escondidos, y nos metimos en casa sin que nadie nos viera. A los tres días de estar encerrados yo estaba en el patio regando las plantas y aparece la cabecita de Bocha Blandini, la vecina, por arriba de la tapia.

—¡Mirta! —me dice—. ¿No estabas en Brasil vos?

—¿Y vos nena, no te habías ido antiyer a Cancún?

—Sí —me dice Bocha—, la estamos pasando bárbaro, volvemos a fin de mes. ¡Qué calor que hace acá en Cancún!

—Acá en San Paulo nos llovió dos días seguidos, pero ahora se puso lindo —le digo yo—; lo que pasa es que en Brasil aunque llueva tenés mil cosas para hacer…

—Bueno, te dejo —me dice Bocha bajándose de la tapia—, que me voy a una excursión a Santo Domingo. Nos vemos a la vuelta, en Mercedes.

—Sí, nos vemos allá —le digo—, gracias por llamar.

Y las dos nos encerramos otra vez, cada cual en su casa, a esperar que terminara el verano. Yo digo que para aparentar como Dios manda tiene que haber gente que se vaya en serio a algún lado, ¿sino qué gracia tiene hacer todo el esfuerzo de encerrarse? A mí fingir mucho no me gusta, pero lo que me pone los pelos de punta es cuando la gente finge que no se da cuenta que estamos fingiendo.

Mirta G. de Bertotti
(Personaje de una novela de H. Casciari)