Nos dijo:
—Escoged a un compañero y, sin decirle, pensad un regalo para él. Un regalo que podáis hacer con vuestras manos, un obsequio artesanal que se ajuste a los gustos del compañero elegido. Tenéis un día entero para confeccionar el regalo.
Nosotros aquí estamos bastante a gusto como estamos, y odiamos mucho cuando llega alguno con ideas innovadoras. A nosotros nos tranquiliza la rutina: seis treinta a levantarse, desayuno, caminar por el patio, ver la tele, escupirnos o conversar, almuerzo, siesta, baño, pastillas, ensoñación, más tele, terapia o visita (según el día), cena, sueño.
La vida, dividida en esas doce actividades, nos resulta muy previsible y cómoda. Muy natural y agradecida. Cuando llega un doctor nuevo, no sé por qué, se piensa que trae la cura de todos nuestros males. Este, por ejemplo, se ha creído que el «amigo invisible» cura la esquizofrenia, la depresión crónica y la paranoia. Pobre loco.
Yo he escogido a mi amigo el Gelatinas para lo del regalo. Pero lo he escogido como mensajero, porque el regalo que he hecho es para su hermana Francisca. Son unas bragas de papel muy aparentes, de cartón fino, con un bordado que he hecho yo mismo con papel de liar empapado en mi propia saliva.
Yo no sé si estas bragas están calificadas para el uso diario (creo que no) pero en el tema de los regalos, generalmente, lo que cuenta es la intención. Es mucho más emocionante, para el que recibe el obsequio, un presente hecho con las propias manos que otro comprado en el Carrefour.
A mí siempre me ha gustado más recibir regalos que hacerlos, pero esta vez, mientras cortaba el molde de estas braguitas, me sentí muy bien siendo el regalador, me sentí muy artesanal y muy alegre, casi excitado.
Cuando el doctor novato nos ha pedido que mostrásemos los regalos yo me he levantado y le he entregado al Gelatinas las bragas. El Gelatinas se ha puesto muy contento y me ha agradecido la ofrenda, como le corresponde a un caballero.
El doctor nuevo no ha querido decir nada sobre mi regalo, pero ha bajado la vista, inquieto.