Malos tiempos para el humor online
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¿En qué se parece Racing a Pinochet? En que los dos llevan gente a los estadios para torturarla. Esto, técnicamente, es un chiste. Pero hay veces en que el humor resulta refrescante para un grupo, pero ofensivo y doloroso para otro. 

En este caso, solo una cordillera los separa. Para que exista humor, han de haber elementos comunes entre el narrador y el espectador. Debemos saber que los hinchas de Racing sufrimos cuando vamos a la cancha, y que en la dictadura chilena se usaban los campos de fútbol para practicar torturas. Sin esos códigos, no hay chiste. Sin embargo, cuando uno de esos códigos es insoportable para una comunidad (por ejemplo, si le contamos este chascarrillo al hijo de un desaparecido chileno) no le hará la menor gracia. El humor y la ofensa son parientes cercanos cuando no conocemos el rostro o la identidad de los receptores. Hasta el advenimiento de internet, existía el humor domesticado (el de la tele, los diarios, la radio) y el humor en estado puro (el de la calle). En el humor de los medios tradicionales casi no es posible hacer bromas sobre un dolor cercano en el tiempo o en el espacio. No hablamos de que sea moral o no: decimos que en el escenario mediático nadie se atreve, mientras que allí donde no existen condicionantes sí es posible, puesto que el humor existe desde el mismísimo momento en que se produce el dolor. Lo que no existían (hasta hace unos años) eran canales masivos que reprodujeran ese acto reflejo. Entonces llegó internet, y los límites se borronearon a una velocidad trepidante. 

El Ministerio chino de Industria e Informática anunció —hace ya un mes— que todas las computadoras producidas y vendidas dentro de China deben tener preinstalado un filtro de internet llamado ‘Green Dam’. Este software, bajo el pretexto de anular los contenidos pornográficos, filtra información, rastrea palabras clave y monitorea la navegación de los usuarios. El enorme listado de palabras ‘controversiales’ (unas diez mil, de las que solo 2.700 son de contenido sexual) impide miles de ejercicios literarios, periodísticos o retóricos, pero más que ninguna otra cosa frena cualquier posibilidad de ejercitar el humor, de puertas para fuera. El chino, desde hace un mes, está incapacitado para hacer chistes online. Esta semana el gobierno malayo anunció que también usará este filtro. Y hace cuatro días el Gobierno de los Estados Unidos prohibió a sus marines utilizar las redes sociales más populares (Twitter, MySpace y Facebook), con la excusa de no exponer información al enemigo. No es verdad: pretenden que los soldados no sean graciosos. Es decir, que no sean humanos. Los sistemas más rígidos del mundo comienzan a hacer lo imposible para controlar la creatividad. En general nos preocupan las limitaciones políticas, sociales y estratégicas de estas ataduras, pero no alcanzamos a comprender que es el humor (esa mínima brisa que nos reconcilia con otros pueblos, que genera códigos comunes) el que se debilita cada vez que se instala una vigilancia. La red es un híbrido entre un medio de comunicación y la mismísima calle. Cuando cortan la calle en otro país, también nosotros padecemos el atasco. 

Hernán Casciari