Mauro, mi enemigo
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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El otro día les conté que hay un tano que tiene mi apellido, o yo el de él. Se llama Mauro Casciari y es mi enemigo número uno desde que me robó el correo [email protected].

Pero yo en 2004, un poco después, me vengué y me le adelanté con el correo de Gmail y le robé el [email protected]. Se debe haber enojado, porque después de eso me robó la URL.

Mauro se compró el Casciari.com en noviembre de 2005. ¡Yo en esa época no sabía que te podías comprar tu apellido punto com! Yo era muy estúpido en esa época.

Y yo investigué y se lo compró el veintisiete de octubre de 2005, y ese dominio va a ser suyo mientras el tipo pague su renovación cada tres años. ¡Yo nunca había pensado en eso! Desde entonces y hasta la fecha empezamos, Mauro y yo, una guerra silenciosa.

Yo empecé a comprar todos los suplementos tecnológicos de los diarios solamente para ver cuándo aparecía una nueva red social y robarme el casciari, el nombre genérico, antes de que llegara él. Llegamos a no dormir por las noches, porque él hacía lo mismo, desde su escondite mugriento en Roma.

Al mismo tiempo, nuestras carreras laborales crecían. Él pasó de ser locutor de radio regional a conductor de la televisión, de la RAI.

Yo pasé de bloguero a escritor de libros. Él se hizo conocido como movilero del CQC de Italia, y yo eché buenas con una obra de teatro muy taquillera.

Pero ojo. No triunfábamos en nuestros oficios por gusto ni por talento, sino para posicionar mejor nuestro apellido en los buscadores. Yo aparecí primero que él en la Wikipedia, ahí lo cagué, pero él salía mucho mejor favorecido en las fotos de Google Imágenes.

Nos dábamos de alta en todas las boludeces que aparecían, siempre con nuestro apellido genérico como punta de lanza. Como los perros que mean los jardines ajenos.

Él me cagó LinkedIn, porque justo esa noche yo estaba jugando al póquer con unos amigos. Desde ese día dejé de jugar al póquer, dejé de distraerme con amistades; me mantuve encerrado y atento.

Para nosotros, para él y para mí, abrir cuentas «Casciari a secas» era como comprar acciones: si alguna de todas esas redes sociales se hacía popular, el madrugador ganaba un nuevo combate.

Gracias a mi perseverancia, lo pude vencer, creo yo, en las dos batallas fundamentales: me le adelanté en Facebook, en mayo 2006, y disparé primero en Twitter, en octubre 2008. Todavía le debe de estar doliendo. Todavía le debe de estar doliendo, porque ahí Casciari a secas soy yo.

También es verdad que él plantó bandera en el canal de YouTube, y me dolió un montón. Pero yo le rapiñé Instagram. Solamente subí tres fotos mientras cagaba, a Instagram, para que Mauro sepa lo poco que me importa sembrar los territorios que gano.

Y así seguimos hasta hoy: vigilando al enemigo, cerrando filas, hojeando las novedades tecnológicas, durmiendo poco y con un ojo abierto.

No hace mucho, en octubre de 2017, fue el día de su pago trianual de la punto com, y yo pensé que podía quedarse dormido y olvidarse de pagar. Yo me quedé agazapado, con la tarjeta de crédito en la mano para robarle la URL. Ya había estado en vela en 2008 y en 2011 y en 2014, pero el tanito no se olvidó nunca de pagar. ¡Siempre paga a último momento para hacerme sufrir! Esta es la primera vez que yo no estuve solo, en 2017. Mientras hacía guardia, mi hija Nina, que ya tiene trece años, me cebaba mates y me daba charla.

Los años anteriores ella era chiquita, pero ahora ya entiende cuál es mi misión en la vida y me hace el aguante. Y también me consuela, porque cuando Mauro pagó y yo me empecé a agarrar los pelos de frustración, me dijo:

—No te preocupes, papá. En 2020 vamos a estar acá de vuelta. Y si en 2023 ya estás viejo, o en 2026 tenés Alzheimer, o algo, yo voy a estar firme siempre, hasta que se olvide de pagar.

Me dio una ternura. Es más, lo digo y se me pone la piel de gallina.

—Gracias, mi amor —le dije y la miré con admiración.

Pero, al mirarla, me vino a la cabeza que el primer apellido de Nina es Casciari. Y que nació nativa digital, y que es hija única, y que es posesiva, y que ya tiene destreza para navegar. Entonces de golpe, por primera vez, en lugar de los ojos dulces de mi hija, descubrí, acechante, la mirada de un nuevo enemigo.

Hernán Casciari