Escucháme, Hernán, ya podés abrir los ojos y salir de abajo del pupitre, porque nadie va a bombardear tu escuela. Nunca. Este es el último simulacro de ataque aéreo de toda tu vida. Vengo a decirte que la guerra se pierde, en pocos meses, cuando empiece el invierno. Estoy acá, en tu cabeza, para decirte eso. Que no te preocupes. Tengo treinta y pico de años más que vos… No te preocupes.
La guerra se termina un día después de que empiece el Mundial de España. Vas a ver a los soldados, todos sucios, volviendo en tren a Mercedes (te va a llevar tu propia escuela para saludarlos). Vas a ver a muchas mamás abrazando a sus hijos. Y vas a ver a otras mamás; las vas a ver cogoteando, sin encontrar a nadie, hasta que se haga de noche.
Y después vas a escuchar a tus viejos, a Chichita y Roberto, durante la cena, diciendo en voz baja los apellidos de los chicos que no volvieron.
En la escuela te van a enseñar a que les digas «héroes» a los soldados. Vos deciles así, deciles «héroes», porque les hace bien escucharlo. Pero nunca te olvides de que son víctimas. Tenés la mesa de luz llena de libros de aventuras: ya sabés que un héroe es el que decide ir al peligro.
La guerra se va a terminar, oficialmente, el catorce de junio a la tarde. Pero tenés que saber que las guerras nunca se terminan «oficialmente». Desde ese catorce de junio en adelante, se van a suicidar casi tantos soldados en sus casas como los que se murieron en el sur desde el dos de abril.
Durante años y años y años, la guerra sigue viva en la cabeza del que no puede soportar el recuerdo. ¡Imagináte! Vos ahora estás abajo de un pupitre mientras suenan sirenas falsas, en un pueblo de provincia, sabiendo que es un simulacro, con zapatillas y medias, con veintitrés grados… y nunca te vas a olvidar del cagazo que te dio ese simulacro. Imagináte. Multiplicálo por mil…
«La guerra sigue viva en la cabeza del que no puede soportar el recuerdo».
Con todo este quilombo, capaz que pensás que tu infancia es medio rara, que de repente vas a vivir en esos países tipo Checoslovaquia, donde hay bombardeos cada tres meses, pero te juro que, después de esto que está pasando ahora en tu escuela, la vida sigue normal.
Vivís en un país donde no va a haber guerras a cada rato. Quedáte tranquilo. De hecho, esta es la última de todas las guerras. Y ni siquiera fue idea nuestra: esta guerra fue por culpa de una sucesión de presidentes imbéciles, o asesinos, o borrachos, o descerebrados. O todo junto.
Aunque de grande te parezca mentira, los gobernantes más horribles fueron los de tu infancia. Mirá que vas a tener presidentes absurdos en el futuro (corruptos, pusilánimes, imbéciles), pero ninguno (por más estúpido que sea) va a obligar a un chico de once años a que se meta abajo de un pupitre cuando suene una sirena. Ni uno.
La guerra es una noticia de mierda siempre, pero tiene un pequeño lado bueno. Esta guerra perdida va a ser la gota que colme el vaso para que se vayan los hijos de puta que dirigen el país en tu época. Esa es la parte buena.
Y yo, en realidad, me metí en tu cabeza para decirte eso.
Que ya podés abrir los ojos, que ya podés salir de abajo del pupitre, porque el año que viene es 1983… Durante todo séptimo grado, en la tele, en vez de comunicados de la guerra, vas a ver propagandas de partidos políticos. Y en la radio, y en el walkman, va a sonar la mejor música de tu vida.
La buena noticia es esa: que vas a empezar el secundario en democracia. Y aunque ahora no te des cuenta o no te importe, es la mejor noticia del mundo. Porque la primera vez que te drogues, la primera vez que te emborraches, la primera vez que vayas preso, la primera vez que creas ser comunista, la primera vez que te presten un libro raro, vas a estar en democracia.
Salí tranquilo de ahí abajo: estás a salvo.