Son muchísimos pedacitos de patadones. Él va con la pelota, recibe un guadañazo en la tibia, pero sigue. Lo agarran de la camiseta: se revuelve, zafa, y sigue.
Y me quedé atónito, porque había algo que me resultaba familiar en esas imágenes, sobre todo en los ojos de Messi. ¿Dónde había visto yo esa mirada antes? ¿En quién? Me resultaba conocido ese gesto de introspección. Me resultaba muy conocido, así que dejé el video en pausa y ahí me acordé: eran los ojos de Totín, de mi perro Totín, cuando perdía la razón por la esponja.
Yo tenía un perro en la infancia, Totín, que no lo conmovía nada, era un perro bastante estúpido: entraban los ladrones a casa y él los miraba llevarse televisor. Yo volvía medio borracho, vomitaba, y él no lamía el vómito. ¡Un perro que no lamía el vómito! ¡Estúpido!
Sin embargo, cuando alguien agarraba una esponja, la esponja amarilla de lavar los platos, Totín enloquecía, quería esa esponja más que nada en el mundo, moría por llevarse esa esponja a la cucha, no podía dejar de mirarla.
El cogote de Totín se trasladaba idéntico a la esponja, sus ojos se volvían japoneses, atentos, intelectuales, igual que los ojos de Messi cuando agarra la pelota y encara el arco.
Y entonces descubrí que Messi es un perro o, mejor dicho, un hombre perro. Messi es el primer perro que juega al fútbol; no entiende las reglas del fútbol, por eso no se tira cuando lo traban en el área y puede ser penal.
Los perros tampoco, los perros no fingen zancadillas cuando ven venir un Citroën, no se quejan con el árbitro cuando se les escapa un gato por la medianera, no buscan que le saquen doble amarilla al sodero.
En los inicios del fútbol, los humanos también eran así, iban atrás de la pelota y nada más, no existían las tarjetas de colores, la posición adelantada, la suspensión después de cinco amarillas, los goles de visitante no valían doble. Antes se jugaba como juega Messi y como jugaba mi perro Totín.
Después el fútbol se volvió muy raro; ahora mismo, en esta época, a todo el mundo parece interesarle más la burocracia del deporte, la corrupción del deporte.
Por suerte, los perros no escuchan la radio, no leen los diarios deportivos, no entienden si un partido es amistoso, intrascendente o la final de la copa del mundo. Los perros quieren llevarse siempre la esponja a la cucha, aunque estén muertos de sueño, aunque los estén matando las garrapatas.
Messi es un perro, bate récords de otras épocas porque solamente hasta los años cincuenta jugaron al fútbol los hombres perro. Después la FIFA nos invitó a hablar de leyes y de artículos y nos olvidamos que lo importante era la esponja.
Yo viví un montón de años en Barcelona; todavía voy de vez en cuando. Y cada vez que subo las escaleras del Camp Nou y de pronto veo el fulgor del pasto iluminado, en ese momento que siempre nos recuerda a la infancia, digo lo mismo para mis adentros, digo: hay que tener mucha suerte para que te guste tanto un deporte y te toque ser contemporáneo de la mejor versión.
Porque, me parece a mí, que en el Juicio Final vamos a estar todos los humanos, el día del final del mundo se formará una ronda para hablar de fútbol, obvio, y uno dirá: Yo estudié en Ámsterdam en el setenta y tres, y otro va a decir: Yo era arquitecto en São Paulo en el sesenta y dos cuando jugaba Pelé, y otro va a decir: Yo ya era adolescente en Nápoles en el ochenta y siete, y mi padre, seguramente, dirá: Yo viajé a Montevideo en el sesenta y siete para ver a Racing campeón del mundo, y uno más atrás dirá: Yo escuché el silencio del Maracaná en 1950.
Todos contarán sus batallas con orgullo hasta la madrugada. Y cuando ya no quede nadie por hablar, yo me voy a poner de pie y voy a decir despacio: Yo vivía en Barcelona en los tiempos del hombre perro. Y no volará una mosca. Se hará silencio. Todos los demás bajarán la cabeza. Y va a aparecer Dios, barbudo, alto, lleno de huesos, vestido de Juicio Final, y señalándome dirá: vos, el gordito, estás salvado. Todos los demás, a las duchas.